jueves, 1 de noviembre de 2007

Jefes inhumanos

Dedicado a un esperpento humano llamado Lourdes Arana


No hace sino un par de semanas, cenaba con un buen amigo de Arrigorriaga y, a los postres, habiendo encendido un habano, que armonizaba en los vapores de un buen brandy, le comenté aquello de que los vicios matan. Me contestó, para mi estupefacción, que también el estrés es nocivo, y en ninguna cajetilla se advierte de los riesgos de tener un jefe gilipollas.

Aquel comentario evidenció en mi amigo una cara de derrota realmente preocupante. Le pregunté qué le pasaba. Y me comentó que, desde hacía varios meses, su vida era un infierno. La causa no era otra que el autoritarismo destructivo y lacerante de su jefe. Un “imbécil desquiciado y paranoico” (sic) empeñado en des-responsabilizar a sus empleados asumiendo todas las decisiones, improvisar por desbordamiento, y crear un clima laboral horrendo porque nunca, para su jefe, se acertaba con las ideas o los proyectos. “Es como Darth Vader; le ves aparecer en la sala de reuniones y se te congela hasta el alma”, me contó. “Y no es sino un asalariado más”.

Como algo sé de ese tema, y la empresa para la que trabaja es conocida, le comenté que, con toda probabilidad, su jefe se comportaba así porque se había deshumanizado. Seguramente al haber asumido su jefatura como una “unidad de destino en lo universal” hacia la consecución de objetivos e indicadores. Y cuando se confunde ser ejecutivo con creerse en posesión de un conocimiento arcano capaz de sustituir el trabajo de todos los empleados a tu cargo, entonces el proceso se enquista. Y ocurre lo que le ha ocurrido a mi amigo. Ya lo comentaba recientemente un experto en RRHH: muchos ejecutivos se agarran a los modelos de calidad para justificar que sean auténticos cabronazos. Pueden ser excelentes gestores de números, pero no saben dirigir ni tratar a las personas. No tienen talento. Y en el colmo de los despropósitos, incluso les divierte su autoritarismo despiadado.

Aquel momento de la cena me hizo recordar una comida reciente en la cocina de Arzak, invitado por un alto ejecutivo que sí posee un enorme talento para el ejercicio del mando. Éste es un hombre admirable con quien me hubiese gustado granjear una amistad más profunda. Reconocía que ese lenguaje de diagramas, indicadores, tablas y tecnocracia no lo acababa de entender. Y necesitaba rodearse de gente que sí lo dominase. El resultado es obvio. La creciente deshumanización de la gestión empresarial aísla, cada vez más, el talento de quien hace buen uso de las personas y logra que éstas trabajen juntas y en unión… y felices. 

El lunes recibí un correo electrónico de mi amigo. “He dimitido, Javier. Qué paz y qué felicidad siento”. Por fortuna, aunque parezca dificilísimo, es muy fácil desentenderse de las personas que destruyen.