Hay gobiernos que parecen haber encontrado la fórmula precisa para gobernar sin tener que gobernar. Casi mejor, para gobernar culpando siempre al pasado de las demencias que ejecutan en el presente. No es otra cosa que intentar, por todos los medios, que la Historia se convierta en el Ministerio de Propaganda.
El caso de México puede considerarse, ahora mismo, una obra maestra de este género muy chiquito. Todos sus indicadores contemporáneos se han desplomado estrepitosamente (seguridad, educación, inversión, institucionalidad, incluso el indigenismo que defienden con la boca grande y que no sirve para proteger a las cada vez más diezmadas etnias indígenas). Sin embargo, sus líderes han decidido unánimemente que el verdadero enemigo no se encuentra en este siglo XXI, sino allá en el siglo XVI. Será que pedir cuentas a los muertos (o a sus tataranietos vivos) siempre viene bien.
El relato, tal y como nos lo cuentan, es digno de una ópera bufa. Con absoluta indignación, afirman que la conquista española fue un genocidio absoluto, que los pueblos preaztecas vivían en una armonía rousseauniana con su enemigo, y que todas las desgracias modernas (desde la violencia hasta la desigualdad) no es sino una secuela inevitable de 1519.
No les aburriré, porque este caldo lo hemos probado ya muchas veces (algunos incluso vandalizan las obras de arte porque se lo pide el cuerpo revisionista o climático, según toque). Lo verdaderamente sorprendente es que el poder político, y no solo la izquierda occidental, que por supuesto, sino buena parte de la derecha conservadora y liberal, propugne este revisionismo como una manera magnífica de hacer terapia sin pasar por la consulta del psiquiatra. Como leer libros es una actividad cansada y aburrida, los dogmas establecidos son muy sencillos de repetir (y de inculcar),por mucho que ningún historiador serio lo afirme: la conquista fue una salvajada unilateral, a los pueblos indígenas los expulsaron del paraíso y el virreinato se cebó en ellos con una tiranía espantosa. Es una extraña liturgia, qué le vamos a hacer, pero las culpas selectivas siempre vienen en ese formato. Por eso el ejercicio consiste en flagelar a la España de ahora pasando por alto la esclavitud británica, las plantaciones francesas o el Congo belga, porque lo importante es arruinar el orgullo de sentirse español desde una perspectiva histórica. Lo cual es lógico porque, para muchos, Franco ya gobernaba cuando lo de cortés...
Lo cierto es que la conquista fue un proceso político complejo, con alianzas indígenas decisivas, un sistema administrativo que incorporó a los naturales, y un cuerpo legal —Leyes de Burgos, Leyes Nuevas, doctrina de Vitoria— que ningún otro imperio elaboró en aquel siglo. Frente al exterminio anglosajón, la monarquía hispánica desplegó una arquitectura institucional que creó universidades, hospitales, imprentas y ciudades que aún estructuran el espacio mexicano. Negarlo no es progresismo: es mala historiografía. Pero, qué más da. A quién le importa. Pidamos perdón por lo despiadados que fueron nuestros ancestros y callemos la boca, que estamos más guapos.
El Gobierno del indocto, indoctamente, se ha plegado a los gobernantes mexicanos que saben de muchas cosas, pero ninguna importante (solo saben apaciguar a los cárteles). Su revisionismo no busca verdad, sino ser útil, vaya usted a saber para qué salvo que lo del chiste de "Franco estuvo allí" se lo crean de veras. Y el Gobierno del AMLO y su clon femenino, cargando de culpas españolas al pasado, puede permitirse vaciar el presente de responsabilidades. da igual que el estado mexicano pierda terreno frente al crimen organizado, mientras la educación retrocede a pasos agigantados y los indicadores económicos estén buceando en el lodazal. L invitación a indignarse con todo aquello que son, lo quieran o no, es una trampa brillante para que, pensando (mal) en lo que pasó quinientos años atrás, no se tenga tiempo de mirar cinco minutos hacia adelante.
Conviene siempre recordar un principio básico en la investigación histórica: el pasado no se juzga con la moral del tiempo presente. Ni los mexicas eran arcangélicos ni los conquistadores, demonios de manual. Los aztecas seguramente sí fueron unos bárbaros, como los incas un poco más al sur, pero no convirtamos el mensaje en algo demasiado prolijo, que luego no se entiende. La violencia, el dominio, la mezcla, la religión y la política han formado parte de un mundo que no ha lugar en la dialéctica infantiloide de víctimas y culpables. La historia comparada no funciona así. Ningún imperio del siglo XVI (o anterior) superaría jamás las investigaciones de un comité ético. Y, no obstante, algunos gobernantes (y mucha masa maniquea, insolente e inculta) no hacen sino insistir en convocarlo a cada minuto que pasa.
A veces me pregunto qué pensarán AMLO y la Claudia Sheinbaum cuando se miren en el espejo y no hallen en sus rostros ni una leve mota de la fisonomía azteca...
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