Y sobrevino la furia. Los Montes de Chiva se elevan sobre una planicie que desciende suavemente hacia el litoral, creando una transición abrupta entre montaña y llano. El agua desalojada la semana pasada por la mortífera gota fría (que ahora denominan de otro modo, como una naDa invertida silábicamente), al encontrar barrancos y pendientes pronunciadas, avanzó a gran velocidad, arrastrando consigo tierra, piedras y cualquier cosa que encontrase en su camino. Los pronósticos, que siempre los hay, aunque no sirvan de mucho dado el escaso interés que despiertan, advirtieron de lluvias de hasta 300 litros por metro cuadrado en apenas unas horas, pero cayó mucha más, casi un cincuenta por ciento más. Qué exagerados son siempre los hombres (y mujeres del tiempo): parece como si estuvieran deseando que la naturaleza estalle su furia sobre las humanas cabezas para justificar sus emolumentos. Tal vez por ese motivo la alerta a los ciudadanos se activó cuando el agua ya había inundado casas y cubierto carreteras, poniendo en peligro miles de vidas, segando centenares de ellas, y generando un caos absoluto y epidémico en toda la región. Una alerta postrera nunca defrauda.
Y sobrevino la catástrofe. Una catástrofe con raíces profundas en la geografía y, cómo no, en la inveterada falta de inversión en infraestructuras críticas que se lleva imponiendo desde hace décadas. El desarrollo urbanístico siempre se ha priorizado por delante de cualesquier otros imperativos, sin atender los riesgos inherentes a la construcción en áreas cercanas a cauces y barrancos de fácil desbordamiento. La Confederación Hidrográfica del Júcar (CHJ), porque los técnicos de estas confederaciones tal vez sean los auténticos expertos que quedan en el país ya había propuesto hace más de quince años medidas específicas para desviar el cauce de barrancos críticos como el del Poyo y el de la Saleta, que recogen las aguas de las lluvias en los Montes de Chiva y las transportan hacia zonas densamente pobladas en el valle (pero que no todo sean loas, porque la CHJ también erró: alertó del vertido en el embalse de Forata de 1.000 m3/s y del barranco del Poyo de 1.726 m3/s, pero sin informar a Emergencias, cosa a la que estaba obligada). Huelga decir que, en nuestro país, este tipo de proyectos permanecen siempre en estado de parálisis administrativa: son estudios y planes que nunca jamás se materializan porque nadie piensa que las desgracias naturales puedan ocurrir en vida (siempre pasan en la vida de los demás). Ha de advenir una catástrofe de proporciones homéricas para que las vestiduras sean rasgadas y las lágrimas cobren sentido. Por eso mismo, un minuto antes, ni uno solo de los ahora despojos humanos, súbitamente desalojados de sus viviendas y de sus vidas por la furia de las aguas, hubiese consentido la certeza de una muerte en ciernes y una pobreza súbitamente instaurada en sus existencias. A posteriori, sí: a los damnificados todo se les perdona. También a posteriori muchos expertos advinieron: es el cambio climático. Es lo mismo que decir que la culpa es de todos y de ninguno. Antaño era la ira de Dios. Ahora es la herencia del progreso humano la culpable. Habiendo señalado la causa raíz, los sedicentes expertos se sienten cómodamente satisfechos.
Y sobrevino la crisis. Igualmente desastrosa, intercambiando muertos y desparecidos por indignados y airados. Piove, porco governo. En la nación de las 17 naciones, las 18 naciones son incapaces de coordinarse para movilizar recursos cuando una desgracia horrífica sobreviene. Que si la culpa es tuya, que si la culpa no es mía. Y mientras, el agua desbordando los barrancos y extendiéndose incompasiva por llanuras y zonas residenciales. Y mientras, las fuerzas de emergencia y los efectivos militares esperando a ser desplegados. Tenemos un sistema de emergencia que no se toma las emergencias en serio: es la conclusión. Los Montes de Chiva y sus barrancos, tan pateados por excursionistas los domingos que toca sendero, áreas conocidas por sus riesgos de avenidas de agua, son su geografía compleja, sus relieves y cauces irregulares, exigen algo más que posturas y -por qué no decirlo- senderistas encantados de haberse conocido pateando los montes. El barranco del Poyo es mortífero, en esta y en muchas otras vidas, y los montes de Chiva desaguan en la Albufera en riadas que inconscientemente atraviesan los pueblos afamados por la desgracia. No es algo que suceda ahora. Las violentas avenidas de su rambla provienen de la antigüedad, pero el ecologismo sendérico prefiere inadvertir la historia a reencauzarlo. Uno ya no sabe si esto le compete al gobierno autónomo o al nacional. Si escuchamos al peligroso idiota que nos desgobierna, la cosa nunca es del Estado, sino de los estadillos, esos entes autonómicos tan preñados de vagos y agradecidos que, cuando sobreviene la tragedia, no saben qué hacer. No lo supo su pequeño presidente y, por descontado, no lo sabe el paranoico que duerme monclovésmente. Las catástrofes históricas dan buena cuenta de la dimensión de sus líderes. Pero en España, siempre es la misma: ninguna. Sin visión, sin liderazgo, ¿qué queda? Nada. Ir a rebufo de las gentes y angustiarse con las angustias de los sufrientes. Para colmo de males, con tanta descentralización, el desgobierno nacional se entretuvo con las opulentas sinecuras televisivas (otro cuento de nunca acabar) y limitóse, a través del despreciable canalla de quien un día escribirán una biografía terrorífica, a decir: si necesitan ayuda, que la pidan. ¿Quiénes la necesitan? ¿Los políticos del signo que no gusta al monclovés porque gobiernan la comunidad, o las gentes que estaban sufriendo? Si el presidentito se ha revelado incapaz (como tantos otros), el que patentó las sancheces es algo mucho peor, pero ya no quedan sinónimos en el diccionario para ser originales (los ha gastado todos). Si esto es un Gobierno central...
Y sobrevino la tragicomedia. El pequeño marlasquín, a quien por ley compete declarar el nivel 3 de emergencia y asumir el mando de todo lo mandable, concluyó que no era necesario responsabilizarse de tamaño oficio porque, total, el estadillo levantino ya estaba actuando con corrección y no era cuestión, teniendo a los etarras y a los secesionistas como aliados, de enfangarse con algo que pareciese arrebatar a un estadito de sus autónomas competencias, no vaya a suceder algo parecido un día donde los bilduetarras trasiegan txacolí o los junteros comen la coca pascual, y se enfaden. Del pequeño incompetente de la región fallera (y arrocera) no necesitamos hablar: está más muerto que vivo, políticamente hablando, se entiende. Pero hagamos acto de contrición: ni Gobierno, ni Generalitat, ni los ciudadanos, estuvieron jamás a la altura de la catástrofe. Los últimos, por padecerla desatendiendo los avisos de la llegada del lobo. Los primeros, porque se cansaron de avisar, o vaya usted a saber por qué. Ninguna comunidad autónoma tiene medios para hacer frente a una catástrofe de colosales proporciones, cierto es. Ahora nos hemos dado cuenta de que el Gobierno central, tampoco quiere tenerlos. En vez de coordinar los recursos militares (oh, sí, combatir los desastres de agua es peor que entablar una guerra), nuestro peculiar cobardín "el indocto" brindó a los valencianos aquello de "pedid, y se os dará". Lo creíamos ególatra; ya sabemos que también quiere ser divino, un Yaveh todopoderoso, tan iracundo como aquel, pero sin capacidad para obrar milagros.
Y sobrevino la crítica externa. Muertos evitables, dijo la prensa extranjera. Administraciones inoperantes., reafirmaron. Nadie por ahí fuera entiende qué hace el Gobierno.
Y sobrevino la solidaridad. Una marea de voluntarios cogió las palas y los cubos. Otros articularon ayudas tangibles o incluso monetarias (el de Inditex al frente, pero hemos de admitir que cualquier dádiva que imponga es arbitraria ante su inmenso poder). La solidaridad está muy bien, pero fatiga pronto. La solidaridad existía en el derecho romano. En el nuestro no viene a cuento. Una solidaridad que no gestiona el Estado es pura risión. Flor de un día. Caridad, que dicen los ingleses. Encomiable que tanta gente haya recorrido una decena de kilómetros para ayudar y apiadarse de quienes han perdido todo. Pero no soluciona nada. La solidaridad es una entelequia moral. ¿Fue solidaridad jugarse los partidos de liga? ¿Fue solidaridad que el indocto no reaccionase aquel mismo miércoles? ¿Eso cómo se llama? Ah, claro, que la solidaridad solo es del pueblo. Pax romana.
Y sobrevino la huida... El indocto psicópata no se maneja nada bien en el mundo real: solo en el mundo imaginario, por tergiversado y retocado, de sus acólitos y demás fauna agradecida, amén de los militantes (luego están los simpatizantes, numerados por millones, que nos lo encasquetan a los demás por motivos muy distintos, como el odio inveterado al contrario). El indocto casi-divino (hola don pepito) queda paralizado cuando no puede pronunciar una sola palabra ni hacerse una foto de diseño. No tiene la capacidad Real de enfrentarse a quien lo grita y apaciguar y entender su rabia y desasosiego (no es solo falta de empatía: es la acuciante opresión de saber que todos los demás le sobran, salvo cuando toca introducir una papeleta en la urna). Un presidente que huye en solitario de la iracundia parroquial es un retrato negrísimo de familia, de la nuestra, de la patria hermana y a la vez tan desavenida. Un presidente que huye del griterío no en un acto de inauguración o un desfile militar, sino del azote inmisericorde de las fuerzas naturales, es un presidente caído. Un presidente que reparte sonrisas al posar sus pinreles en el mismo lodo que ha destrozado vidas y familias y comunidades, es un presidente piltrafilla que no sabe a qué juega (solo sabe que está jugando, pero equivoca el partido). "Es nuestro momento", publicó una ministra tan imbécil como desconocida. Sí, el momento de que os vayáis a la mierda de una puta vez.