viernes, 29 de noviembre de 2024

Hipocresía selectiva

Muchos de quienes votaron a Donald Trump para presidente de los EEUU, también votaron a congresistas  demócratas al mismo tiempo. Algunos han querido indagar las razones de tan, en apariencia, extraño suceso: ¿votar a un fanfarrón con dejes fascistoides y, al mismo tiempo, a los representantes de la izquierda estadounidense para que los representen en el Congreso que ha de controlar la acción política del controvertido muchimillonario? Hubo quienes, como la congresista por New York, trataron de inquirir a sus dualistas votantes. La respuesta no dejaba opción a la duda: ambos parecían sinceros (pero Kamala Harris, no). Si la reelección de Donald Trump le ha parecido a muchos un fenómeno que desafía las leyes de la lógica, tal vez sea porque esos muchos siguen inmersos dentro de su caverna confundiendo las sombras que proyectan los ciudadanos sobre las paredes de su sesgadísimo mundo. En la era de la sobreinformación y la posverdad, resulta que parecer auténticos cobra sentido. 

No se trata de una lógica solamente circunscrita a los aparatosos espectáculos circenses de las distintas familias políticas (hay que empezar a llamarlas así: como a las mafias). En las cuestiones internacionales, un reino extraño y siempre agitado donde los conflictos son lo más parecido a una trágica telenovela global, también reina esta peculiar percepción de la verdad, de la autenticidad. El caso de Ucrania y sus detractores es especialmente conspicuo. Ciertos sectores, férreos defensores de los derechos humanos, cuestionan el uso de armas ucranianas contra objetivos rusos al tiempo que vitorean la resistencia palestina en Gaza. Un ejercicio de gimnasia moral que deja a cualquiera boquiabierto. No se trata de una falta de principios: se trata de la confortabilidad que proporciona aplicar siempre un doble rasero.

El ejercicio circense viene trufado de rencores, odios intestinos, miedos atávicos e hipocresía, mucha hipocresía, sobre todo por parte de quienes el miedo o el rencor les da exactamente lo mismo, porque lo que importa es la narración, el relato, que dicen algunos, la ideología o sencillamente el sustento de la propia estupidez. Si la doctrina nuclear rusa permite responder con armas atómicas a cualquier ataque en su territorio, un ataque con misiles ucranianos (como los que ya se han producido) debería haber desencadenado una respuesta nuclear. Sin embargo, aquí seguimos, vivitos y coleando, porque incluso las amenazas más grandilocuentes necesitan un poco de credibilidad para asustar. Lo paradójico es que, mientras algunos se escandalizan ante la posibilidad de que Ucrania haya ido demasiado lejos, parece aceptable que Rusia convierta ciudades enteras en escombros (aunque no lo es cuando Israel derriba Gaza). Por supuesto, Rusia, el agresor, se posiciona como la víctima que clama justicia. Es Moscú quien exige que su territorio permanezca intocable mientras bombardea indiscriminadamente a su vecino, que en paz vivía, y mucho mejor que bajo el yugo del Kremlin. 

La hipocresía reina en los animales racionales del planeta. Es una verdad elemental. Y ya ven, no he necesitado mencionar a nuestro indocto presidente para sustentar la demostración.

viernes, 22 de noviembre de 2024

Escritura cansina

No me canso de escribir acerca de los desatinos que comete un día sí, y otro también, la Comisión Europea en todo cuanto toca o cree que le compete, es decir: agricultura, sostenibilidad, medio ambiente e industria. Todo lo importante. Del resto también se ocupa, pero menos (véase la armonización fiscal y presupuestaria). Ese conventículo de burócratas, más interesados en ganar el premio a la corrección política que en resolver los problemas de los ciudadanos, salvo que para ellos el verbo resolver sea sinónimo de empeorar, ha conseguido algo inusitado: hacer que Europa avance a paso firme hacia la irrelevancia. En la decadencia ya está, desde tiempo ha.

¿Me habla usted de agricultura, caro lector? Los despachos de Bruselas, esas oficinas ocupadas por funcionarios con el ego hinchadísimo, muy preciados de sí mismos, se caracterizan por ser un lugar donde nadie ha visto un arado más que en Google. Su afición habitual, a lo que llaman responsabilidad, es la de dictar normas para asfixiar a nuestros productores agropecuarios. El objetivo, dicen, es «proteger el medio ambiente». Lo que no dicen es que convierten a los agricultores en mendicantes de subvenciones mientras los supermercados siguen llenándose con productos importados que llegan en barcos contaminantes, pero que, claro, no cuentan en la hoja verde de emisiones de la UE. Aplausos para ese brillante ejercicio de hipocresía.

¿Me habla usted de la energía, estimado? La transición ecológica, ese mantra que repiten como un rezo religioso, es un ejercicio de suicidio económico colectivo. Alemania, la otrora locomotora de Europa, decidió que era buena idea depender del gas ruso mientras apagaba sus centrales nucleares y, de paso, su competitividad. En España, porque somos así, colocamos a una talibana ecológica como Teresa Ribera, más fea que Picio por dentro y por fuera, famosa por su alergia a la coherencia: un día antinuclear, al siguiente pronuclear, siempre desaparecida cuando hay que dar la cara, como durante la DANA. Pero eso sí, allí está, suspirando por su carguito europeo de vicepresidenta inútil mientras los ciudadanos se rascan los bolsillos para pagar toda suerte de impuestos.

Todo esto, por supuesto, bajo la batuta de doña Úrsula von der Leyen, la cínica maestra germana del arte de no hacer nada en pro de los ciudadanos europeos. Su liderazgo se ha convertido en un cóctel indigesto que solo los bruselenses parecen saber tragar: tres partes de alarmismo climático, dos de corrección política, añádase toneladas de incompetencia. Úrsula no dirige la Comisión; la pasea convertida en un espectáculo itinerante de eslóganes vacíos y reformas pésimamente mal diseñadas. Cada paso que da ahonda en la conversión de la UE en un triste experimento de ingeniería social, que seguramente estudien con alucinación y fruición los alumnos del mañana, cuando no los invasores extraterrestres,  mientras nuestros competidores –Estados Unidos, China, India– nos adelantan por todos los lados esbozando una sonrisa de suficiencia.

Y no olvidemos a Macron, el emperador sin corona de un país que lleva décadas anclado en su burocracia y su amor por las huelgas. El francés se dedica a pontificar sobre la grandeza de Europa mientras apoya todas y cada una de las políticas que la empequeñecen. Por su parte, Alemania, tras décadas de exportar coches y autosatisfacción, se enfrenta ahora a su incapacidad para adaptarse al siglo XXI. La pareja franco-alemana no lidera Europa: la hunde en un lodo de inacción, contradicciones y mediocridad.

Lo peor de todo es que no hay señales de cambio. La Comisión sigue obsesionada con ser la más verde, la más inclusiva, la más woke y la más lo que sea… nunca la más efectiva. Mientras tanto, los ciudadanos europeos, hartos de pagar las facturas de tanto desatino, miran con envidia cómo otros bloques prosperan sin cargar con el peso muerto de una élite política más interesada en las fotos de grupo que en el progreso real.

Europa no necesita más Ribera, más Macron ni más Úrsula. Lo que necesita es un baño de realidad, algo que –por lo visto– no llegará mientras sigamos gobernados por un ejército de burócratas incapaces de distinguir entre ideología y pragmatismo. Si no cambiamos de rumbo, pronto la UE será poco más que un anecdotario de lo que pudo haber sido y nunca fue. Mientras tanto, seguiremos pagando la cuenta de este circo en que han convertido a la vieja Europa.

viernes, 15 de noviembre de 2024

Votantes errados

Yo me lo pregunto en cada ciclo electoral: antes, durante y después. De hecho, voy conectando unos con otros hasta formar un enredo de colosales dimensiones que desprenda sensatez a la vieja pregunta de siempre, mas con renovada indignación: "Pero, ¿cómo es posible que la gente vote tan mal?". No es solo ya un reproche: ¡exijo explicaciones!. Y lanzo la cuestión porque, como bien saben mis lectores carísimos, yo jamás voto: me niego a insertar una papeleta dentro de un sobre en una urna dentro de un colegio (electoral). No pienso hacer lo mismo que los "otros", que "ellos": tanto si son votantos o bobotantes, como si son de otra cuerda. Llevo dentro el sentimiento, larvado muchos decenios atrás, de que esto de la democracia solo tiene sentido si se aplican mis propias ideas.  

Oiga, esto de las elecciones es un teatro donde los personajes, cuando portan etiquetas identitarias, tornan de semovientes (borregos, digámoslo claro) a inamovibles, cuyo objetivo último, como si en ello fuese la supervivencia de la especie, es seguir el ínclito objetivo del grupo con el que se identifican: sociata vota sociata; pepero vota pepero; voxero vota voxero; bilduetarra vota con bota... Y esa, y no otra, es la preocupación real: el dominio de los anejos, el sometimiento y opresión de los ajenos. Lo demás, lo que antaño creíamos que se trataba de las preocupaciones reales de la gente de a pie (economía, seguridad, educación...) no son sino paparruchas. Todos los temas acuciantes, y recurrentemente inquietantes, acaban enterradas bajo el ominoso peso de la turbia etiqueta. Ante la supremacía ideológica, las desviaciones no son opción, mucho menos legítimas: desviarse del consenso, de la narración articulada, es traicionar a la causa. 

Cuando la mayoría vota distinto de lo esperado (como ha pasado en USA, y como no pocas veces viene ocurriendo en España), el sistema (que no son sino los entresijos que rigen los aledaños, donde se cuece el poder y el dinero) entra en cortocircuito. Al menos hasta que es sustituido por otro. El sistema posee adláteres, e incluso turiferarios, de enorme impacto (pegada, que se dice en el balompié), y siempre bien pagados, preciados de su superioridad y no pocas atribuciones (bien regadas por el poder). Su reacción sigue el patrón clásico: primero agitan el estandarte de la incomprensión; luego el de la tristeza; después aparece la rabia; por último, el espectáculo. Yo, que no me aproximo a las urnas, resalsero de todas las alergias, sé fehacientemente que tampoco conviene acercarse a las redes sociales o a los telediarios: lágrimas, rabia y lamentos rebosan por doquier en ellos. A eso me refería con lo del espectáculo, notablemente bochornoso y vergonzante (recuerden a la menestra de Hacienda llorando por los días vacacionales que se tomó el indocto cuando imputaron a su doña). Al vencedor todo le vale. Pero los derrotados transforman su frustración en un victimismo donde el culpable siempre acaba siendo el otro: ese votante ignorante, manipulado, estúpido por decirlo claro. Jamás encuentran el problema no en los votantes, sino en las propuestas.

Esta teoría se ha visto corroborada con el triunfo de Trump, en Estados Unidos, a quien han votado hasta los propios demócratas. Pero yo solo pienso en España, en nuestra esquilmada piel de toro donde medran los enemigos y los idiotas. Dirán ustedes que no soy nada plural. No, no lo soy. Puedo permitírmelo porque no soy ideológico, o al menos no comulgo con la ideología de quienes representan (o eso dicen y creen ellos) las voluntades del pueblo así sea progresista (sociata, bilduetarra, juntero, tonto del haba...) o conservador (metan ustedes aquí a todas esas tribus melindrosas que pacen en la bancada del hemiciclo, sector derecho: todas tienen cabida). Me tienen unos y otros hasta los mismísimos cancanujos. Si uno fuese listo, y pienso que ya no lo soy (porque contradigo lo que pienso), bastaría con sentarse a aplaudir el deplorable espectáculo de la mediocridad y el declive que estamos padeciendo. 

viernes, 8 de noviembre de 2024

Y sobrevino la furia

Y sobrevino la furia. Los Montes de Chiva se elevan sobre una planicie que desciende suavemente hacia el litoral, creando una transición abrupta entre montaña y llano. El agua desalojada la semana pasada por la mortífera gota fría (que ahora denominan de otro modo, como una naDa invertida silábicamente), al encontrar barrancos y pendientes pronunciadas, avanzó a gran velocidad, arrastrando consigo tierra, piedras y cualquier cosa que encontrase en su camino. Los pronósticos, que siempre los hay, aunque no sirvan de mucho dado el escaso interés que despiertan, advirtieron de lluvias de hasta 300 litros por metro cuadrado en apenas unas horas, pero cayó mucha más, casi un cincuenta por ciento más. Qué exagerados son siempre los hombres (y mujeres del tiempo): parece como si estuvieran deseando que la naturaleza estalle su furia sobre las humanas cabezas para justificar sus emolumentos. Tal vez por ese motivo la alerta a los ciudadanos se activó cuando el agua ya había inundado casas y cubierto carreteras, poniendo en peligro miles de vidas, segando centenares de ellas, y generando un caos absoluto y epidémico en toda la región. Una alerta postrera nunca defrauda.

Y sobrevino la catástrofe. Una catástrofe con raíces profundas en la geografía y, cómo no, en la inveterada falta de inversión en infraestructuras críticas que se lleva imponiendo desde hace décadas. El desarrollo urbanístico siempre se ha priorizado por delante de cualesquier otros imperativos, sin atender los riesgos inherentes a la construcción en áreas cercanas a cauces y barrancos de fácil desbordamiento. La Confederación Hidrográfica del Júcar (CHJ), porque los técnicos de estas confederaciones tal vez sean los auténticos expertos que quedan en el país ya había propuesto hace más de quince años medidas específicas para desviar el cauce de barrancos críticos como el del Poyo y el de la Saleta, que recogen las aguas de las lluvias en los Montes de Chiva y las transportan hacia zonas densamente pobladas en el valle (pero que no todo sean loas, porque la CHJ también erró: alertó del vertido en el embalse de Forata de 1.000 m3/s y del barranco del Poyo de 1.726 m3/s, pero sin informar a Emergencias, cosa a la que estaba obligada). Huelga decir que, en nuestro país, este tipo de proyectos permanecen siempre en estado de parálisis administrativa: son estudios y planes que nunca jamás se materializan porque nadie piensa que las desgracias naturales puedan ocurrir en vida (siempre pasan en la vida de los demás). Ha de advenir una catástrofe de proporciones homéricas para que las vestiduras sean rasgadas y las lágrimas cobren sentido. Por eso mismo, un minuto antes, ni uno solo de los ahora despojos humanos, súbitamente desalojados de sus viviendas y de sus vidas por la furia de las aguas, hubiese consentido la certeza de una muerte en ciernes y una pobreza súbitamente instaurada en sus existencias. A posteriori, sí: a los damnificados todo se les perdona. También a posteriori muchos expertos advinieron: es el cambio climático. Es lo mismo que decir que la culpa es de todos y de ninguno. Antaño era la ira de Dios. Ahora es la herencia del progreso humano la culpable. Habiendo señalado la causa raíz, los sedicentes expertos se sienten cómodamente satisfechos.

Y sobrevino la crisis. Igualmente desastrosa, intercambiando muertos y desparecidos por indignados y airados. Piove, porco governo. En la nación de las 17 naciones, las 18 naciones son incapaces de coordinarse para movilizar recursos cuando una desgracia horrífica sobreviene. Que si la culpa es tuya, que si la culpa no es mía. Y mientras, el agua desbordando los barrancos y extendiéndose incompasiva por llanuras y zonas residenciales. Y mientras, las fuerzas de emergencia y los efectivos militares esperando a ser desplegados. Tenemos un sistema de emergencia que no se toma las emergencias en serio: es la conclusión. Los Montes de Chiva y sus barrancos, tan pateados por excursionistas los domingos que toca sendero, áreas conocidas por sus riesgos de avenidas de agua, son su geografía compleja, sus relieves y cauces irregulares, exigen algo más que posturas y -por qué no decirlo- senderistas encantados de haberse conocido pateando los montes. El barranco del Poyo es mortífero, en esta y en muchas otras vidas, y los montes de Chiva desaguan en la Albufera en riadas que inconscientemente atraviesan los pueblos afamados por la desgracia. No es algo que suceda ahora. Las violentas avenidas de su rambla provienen de la antigüedad, pero el ecologismo sendérico prefiere inadvertir la historia a reencauzarlo. Uno ya no sabe si esto le compete al gobierno autónomo o al nacional. Si escuchamos al peligroso idiota que nos desgobierna, la cosa nunca es del Estado, sino de los estadillos, esos entes autonómicos tan preñados de vagos y agradecidos que, cuando sobreviene la tragedia, no saben qué hacer. No lo supo su pequeño presidente y, por descontado, no lo sabe el paranoico que duerme monclovésmente. Las catástrofes históricas dan buena cuenta de la dimensión de sus líderes. Pero en España, siempre es la misma: ninguna. Sin visión, sin liderazgo, ¿qué queda? Nada. Ir a rebufo de las gentes y angustiarse con las angustias de los sufrientes. Para colmo de males, con tanta descentralización, el desgobierno nacional se entretuvo con las opulentas sinecuras televisivas (otro cuento de nunca acabar) y limitóse, a través del despreciable canalla de quien un día escribirán una biografía terrorífica, a decir: si necesitan ayuda, que la pidan. ¿Quiénes la necesitan? ¿Los políticos del signo que no gusta al monclovés porque gobiernan la comunidad, o las gentes que estaban sufriendo? Si el presidentito se ha revelado incapaz (como tantos otros), el que patentó las sancheces es algo mucho peor, pero ya no quedan sinónimos en el diccionario para ser originales (los ha gastado todos). Si esto es un Gobierno central...

Y sobrevino la tragicomedia. El pequeño marlasquín, a quien por ley compete declarar el nivel 3 de emergencia y asumir el mando de todo lo mandable, concluyó que no era necesario responsabilizarse de tamaño oficio porque, total, el estadillo levantino ya estaba actuando con corrección y no era cuestión, teniendo a los etarras y a los secesionistas como aliados, de enfangarse con algo que pareciese arrebatar a un estadito de sus autónomas competencias, no vaya a suceder algo parecido un día donde los bilduetarras trasiegan txacolí o los junteros comen la coca pascual, y se enfaden. Del pequeño incompetente de la región fallera (y arrocera) no necesitamos hablar: está más muerto que vivo, políticamente hablando, se entiende. Pero hagamos acto de contrición: ni Gobierno, ni Generalitat, ni los ciudadanos, estuvieron jamás a la altura de la catástrofe. Los últimos, por padecerla desatendiendo los avisos de la llegada del lobo. Los primeros, porque se cansaron de avisar, o vaya usted a saber por qué. Ninguna comunidad autónoma tiene medios para hacer frente a una catástrofe de colosales proporciones, cierto es. Ahora nos hemos dado cuenta de que el Gobierno central, tampoco quiere tenerlos. En vez de coordinar los recursos militares (oh, sí, combatir los desastres de agua es peor que entablar una guerra), nuestro peculiar cobardín "el indocto" brindó a los valencianos aquello de "pedid, y se os dará". Lo creíamos ególatra; ya sabemos que también quiere ser divino, un Yaveh todopoderoso, tan iracundo como aquel, pero sin capacidad para obrar milagros.

Y sobrevino la crítica externa. Muertos evitables, dijo la prensa extranjera. Administraciones inoperantes., reafirmaron. Nadie por ahí fuera entiende qué hace el Gobierno. 

Y sobrevino la solidaridad. Una marea de voluntarios cogió las palas y los cubos. Otros articularon ayudas tangibles o incluso monetarias (el de Inditex al frente, pero hemos de admitir que cualquier dádiva que imponga es arbitraria ante su inmenso poder). La solidaridad está muy bien, pero fatiga pronto. La solidaridad existía en el derecho romano. En el nuestro no viene a cuento. Una solidaridad que no gestiona el Estado es pura risión. Flor de un día. Caridad, que dicen los ingleses. Encomiable que tanta gente haya recorrido una decena de kilómetros para ayudar y apiadarse de quienes han perdido todo. Pero no soluciona nada. La solidaridad es una entelequia moral. ¿Fue solidaridad jugarse los partidos de liga? ¿Fue solidaridad que el indocto no reaccionase aquel mismo miércoles? ¿Eso cómo se llama? Ah, claro, que la solidaridad solo es del pueblo. Pax romana.

Y sobrevino la huida... El indocto psicópata no se maneja nada bien en el mundo real: solo en el mundo imaginario, por tergiversado y retocado, de sus acólitos y demás fauna agradecida, amén de los militantes (luego están los simpatizantes, numerados por millones, que nos lo encasquetan a los demás por motivos muy distintos, como el odio inveterado al contrario). El indocto casi-divino (hola don pepito) queda paralizado cuando no puede pronunciar una sola palabra ni hacerse una foto de diseño. No tiene la capacidad Real de enfrentarse a quien lo grita y apaciguar y entender su rabia y desasosiego (no es solo falta de empatía: es la acuciante opresión de saber que todos los demás le sobran, salvo cuando toca introducir una papeleta en la urna). Un presidente que huye en solitario de la iracundia parroquial es un retrato negrísimo de familia, de la nuestra, de la patria hermana y a la vez tan desavenida. Un presidente que huye del griterío no en un acto de inauguración o un desfile militar, sino del azote inmisericorde de las fuerzas naturales, es un presidente caído. Un presidente que reparte sonrisas al posar sus pinreles en el mismo lodo que ha destrozado vidas y familias y comunidades, es un presidente piltrafilla que no sabe a qué juega (solo sabe que está jugando, pero equivoca el partido). "Es nuestro momento", publicó una ministra tan imbécil como desconocida. Sí, el momento de que os vayáis a la mierda de una puta vez.

viernes, 1 de noviembre de 2024

Mancebías y expiaciones de ayer y hoy

Este interminable asunto de los fornicios y barraganerías que salen a la luz así, como de repente, porque es tema candente desde la época del australopiteco e incluso antes, salvo por el hecho de que la inmensa mayoría de los animales de sangre caliente pasan de hablar del tema para concentrarse solo en la mancebía, que es lo enjundioso (tampoco es que sepan hablar, pero es lo de menos), este tema, digo, no deja de tener su punto de hilaridad. Dice una periodista: "tengo amigas que se han tirado a Errejón" (el uso de verbos vulgares confiere a este tema un atractivo cutre solo entendible desde la basicidad humana). Ya hay que tener mal gusto, pienso yo, el tal Errejón bien parece un colibrí desplumado, pero qué le vamos a hacer: fama, dinero y poder, son tres ingredientes tortuosos que siempre caminan de la mano de la barraganería, y también del connubio, pero menos, porque este último es decente, y por ende aburrido, y aquella primera suple de fantasías los ardientes corazones menores de los humanos. 

El caso es que, por azares de la genética desarrollados durante dos millones de años, las mujeres sienten debilidad por los hombres poderosos. Y ricos. Y famosos. Aunque feos o idiotas, o ambas cosas al mismo tiempo (véase). Lo cual es estupendo, pero nos deja a los demás en el concierto estricto de las pasiones animales no alimentadas por los tortuosos ingredientes externos antes referidos. Es la erótica del poder, más fina y aguzada que el poder de la erótica, que por masiva, parece menos interesante de aparecer en los medios (tuve un vecino mecánico que se zumbaba cada día a una chavala distinta en su casa y jamás fue publicado tan portentoso quehacer en los periódicos). Una vez escuché que el soplagaitas que nos desgobierna llegó a desgobernarnos porque entre sus bobotantes se colaron no sé cuántos miles de mujeres exorcizadas por el atractivo del prenda. Me pregunto si los conventos, de repente, se han visto colmados de votantas expiativas, pero me parece que no. Una lástima. Aunque, oiga, aquel de Pontevedra era feo como él solo, y no sé si muy listo o no, pero vago de solemnidad seguro, y lo eligieron para, de inmediato, delegar casi todo en la chiquitina abogadesca aquella vallisoletana que dejó su bolso en el escaño que ocupaba el incansable lector del Marca cuando decidió que los designios de la nación bien merecían que él se fuera a emborrachar de whisky a un restaurante cercano. Y los conventos, a posteriori, no se llenaron tampoco. Hay gente que no tiene sentido del arrepentimiento.

El caso es que el caso Errejón vuelve a insistir, por si alguno se había despistado, en que el tránsito de cartujo a casanova es inmediato cuando las posaderas (como las ajenas en las que al parecer depositaba rayas de coca para esnifarla por darse valor en el catre) se acaban aposentando en un escaño o un sillón de alta administración: primero, porque empiezas a ser más conocido; segundo, porque se intuye que comienza a proliferar el parné; tercero, porque la gente es muy tonta. El andoba donjuanesco, al parecer, es bien cutre (y cínico) en eso del fornicio, pero digo yo que por ese motivo nadie debería ser inculpado o ajusticiado, aunque bien merecido lo tenga por otros menesteres igualmente sórdidos. A la cajera del supermercado le salió bien la cosa, y su andoba era tan cínico y cutre o más que el Errejoncete. Vivir para ver.

La culpa, en definitiva, del patriarcado. Aunque seas una calientapollas miserable y ruin, y te acuerdes tres años más tarde de que un individuo de baja estofa te echó de su casa después de habérsete tirado sin mucha gracia, casa a la que fuiste por voluntad propia pese a las evidencias que observabas de que el tipo era de pésima jaez. Pues eso.