viernes, 19 de julio de 2024

No son mineral aún no extraído

El paisanaje actual no tiene nada que ver con el que conocimos cuando niños (quienes ya tenemos una edad aunque no nos hayamos dado cuenta) y mucho menos con el que conocieron nuestros padres. Hoy vivimos en una sociedad de mestizaje e integración donde los rasgos caucásicos o mediterráneos no son los únicos que pueden asociarse a la nacionalidad del pasaporte. La gente que arriba a nuestras playas y aeropuertos viene a trabajar y labrarse un destino mejor al que tenían en origen, o simplemente mejor a la nada más vaciante y desierta que les deparaba su tierra. 

Para quienes siguen creyendo que sobre su terruño disponen de derechos extraordinarios por haber nacido en él (y sí, estoy mirando a los catalanes, y a los vascos, y a los gallegos, y a los leoneses, y a los españoles), la tozudez de las cifras demográficas y de las decadencias históricas son cuestiones que vienen a estropear su estúpido discurso xenófobo. Son racistas, aunque no se den cuenta. Dirán que no, porque puntualizarán que solo desean amar más y mejor a su tierra. Exhibirán miles de supuestas benignidades y bonhomías para malbaratar los argumentos contrarios. Pero son racistas: piensan que la tierra donde nacieron es suya (la debió repartir algún dios según iban naciendo los hombres), piensan que merecen ser reconocidos como una nación y un estado porque sí, y piensan que los demás solo servimos para una cosa: importunarlos. En esto último, si omiten el adverbio, la frase es correcta. En realidad, aprovechando el contexto gramatical,  diríase que prefieren el adjetivo homófono de igual grafía. Y todo este párrafo lo he escrito para decir que, aunque ninguna ley lo reflejase, porque sí hay leyes que lo hacen, tenemos la obligación y el deber de ser hospitalarios con quienes han tenido la suerte o el infortunio de no nacer en la piel de toro.

Algunas leyes hay. Sobre todo las que afectan a los menores que provienen de los flujos migratorios conocidos. Está la Ley Orgánica 1/1996, está la Convención Internacional de los Derechos del Niño firmada, en su día, por nuestro país… Por eso mismo, las barbaridades del líder que encabeza el insufrible partido vocero (y que tantos conmilitones suyos y tantos ciudadanos aplauden)  no dejan de ser una parte de la caricatura en que se ha convertido a estas alturas del filme. Repartir unos cientos o miles de menores extranjeros entre las comunidades autónomas no está directamente ligado al aumento de la delincuencia y la inseguridad. Lo que, sin duda, sí está aumentando (porque las masas son así de ofuscadas) es la xenofobia, el supremacismo y el racismo en muchas conversaciones y no pocas decisiones políticas.

Uno piensa, en general, que de estos asuntos se ocupan los técnicos y funcionarios de ministerios, autonomías o ayuntamientos. Existe una base legal, un ordenamiento, una convención... el resto es un "hágase". Pero en este país nuestro las cosas no son así. Llevamos seis años en un continuo sindiós, con gobiernos (los de Sánchez) que no gobiernan porque están dedicados en pleno a hacer propaganda del mamarracho que, chulescamente, sigue ahí, interpuesto por otros aún peores que él (por improbable que parezca que pueda haber algo peor), cual sátrapa que hace y deshace, parte y reparte, esforzándose en buscar un hilo argumental a su desgobierno que suene a izquierdas (los buenos) y derechas (los malos), a continuo conflicto y escape. Y este asunto de los menores extranjeros no acompañados no habría de ser menor. Con todos los partidos opinando, cada cual a su manera, y convirtiendo lo opinado en un aderezo más del combate político que sucede todos los días, lo extraño es que nadie preste atención a cómo resolver nada. Y así estamos. Imagino que, lejos del estruendo, alguien estará gestionando la manera de desperdigar menas por el mapa español, así se opongan los catalanes, los vascos, los voxeros o quien sea. Los problemas asociados a las migraciones humanas no se resuelven en nuestro parlamento, pero de eso apenas ningún político se percata, salvo cuando dejan la poltrona.