viernes, 7 de junio de 2024

Allá arriba, en Lombardía

Almuerzo con vistas al lago de Como. Si extiendo el brazo, puedo tocar el agua fría de esta profunda laguna, envuelta por parajes de difícil acceso donde han ido proliferando moradas hasta conformar un país en sí mismo, alejado de toda Italia. La gente con dinero vive aquí, en mansiones suntuosas de una pequeñez bien aprovechada que, para cualesquier otros, resulta inmensidad. Es el paisaje escarpado lo que le confiere solemnidad e imponencia. Y la proximidad de Milán. Se encuentra tan cerca, y es la ciudad lombarda un desatino industrial y habitacional tan desmedido, que hubo de situar el paraíso a sus puertas para equilibrar un poco la equivocación humana. Pero al edén no puede acceder cualquiera, y de hacerlo, tiene que ser expulsado de inmediato, no sin antes extasiar los sentidos con la impronta de una naturaleza tan equilibrada como majestuosa: así la expulsión deviene martirio y penitencia. 

Ustedes habrán visto los palacios y aledaños en infinidad de películas. En el cine, cierta gente principal que es enfocada por las cámaras tiene muchísimo dinero, lo mismo los personajes que las personas, y no pueden maquinar sus malignidades elefancíacas contra el mundo sin alojarse en cuchitriles mundanos anegados de vulgaridad. Luego los malos de verdad son gente de lo más corriente, fanatizados por entero, pero sin palacios ni mansiones: pero eso es otra historia. El caso es que todas las vistas del magnífico lago suenan a algo ya visto demasiadas veces. Las casonas salpicando todas las laderas; las distribuciones como de paisaje navideño pero sin la blancura de la nieve; el cielo tachonando el agua e importunando las quebradas que ascienden para albergar tanta codicia… 

Por las aguas deambulan barcas y barquichuelas, en algunas contemplé señoras muy señoronas sentadas con animosa paciencia mientras el chófer (en realidad, un simple barquero) barría las leguas del embalse con la embarcación. ¿A dónde iban o de dónde venían? Ni lo sé, ni me importa. En realidad, no tengo la menor idea de quiénes son todas esas gentes de aparente importancia que medran por las colinas escarpadas manifestando opulencia. Pueden ser actores de cine, industriales acreditados, constructores distinguidos o simples herederos con muchos posibles. La arquitectura se contempla como una parte más del paisaje, pero sigue siendo el cielo y el agua aquello que resplandece como un imposible muy destacado de esta vida.

Seguramente el conde de Lara nunca conoció esos parajes. Al castellano magnate, tiempo después, le compondrían un romance situándolo en aquella noble ciudad de Lombardía, donde fuese nombrado de la guerra capitán, y la condesa, que lo supo, no dejaba de llorar (el Mester de Juglaría se queda en los lloros y promesas de prolongada espera, pero el muy tuno quiso volver a casarse en la distancia y la esposa, que salió a encontrarlo, le hizo comprobar lo malos de olvidar que son los primeros amores, como este del embeleso del lago de Como).