viernes, 14 de junio de 2024

La inmensa lejanía de Asia Pacífico

SG. Así acortan sus habitantes el nombre de Singapur. Una ciudad remota compuesta por muchas islas, casi sesenta, salpicadas alrededor de una más principal, separadas todas ellas por el estrecho más vistoso que tal vez pueda hallarse en esta región. Dirán ustedes que para islas, las de Indonesia, ese lugar de miles de ínsulas, entre las que predomina, por el turismo, Bali, el lugar al que todos acuden en masa, como otrora se acudiese al Caribe o a Benidorm: esto de las oportunidades hoteleras arrastra destrucción natural por doquier, y a eso lo llamamos buen vivir. Pero me quedo en Singapur, que es donde me encuentro.

Este país se halla a menos de cien kilómetros del ecuador terrestre. Adivinarán que la vegetación, como las tormentas, es su más destacada identidad. Allá por donde se esparce la vista, solo se observa frondosa flora de una espesura tan boscosa que acaba por imponer su dictado sobre los edificios y carreteras sin que nada la domeñe. Acaso el mar. Pero, como pasa en muchas grandiosas ciudades, pese a su belleza e hipnótico atractivo, el mar queda siempre a sus espaldas. También es verdad que no hay mares en el mundo como se contemplan en las rías altas gallegas, pero seduce en este rincón del Pacífico reparar en las miles de embarcaciones que, de noche, salpican con sus luces la calmosa tranquilidad del estrecho. Al volver la vista, por ser de noche, y aquí en el ecuador las noches y los amaneceres irrumpen de súbito, la vegetación se ha convertido en un colosal fantasma de carnosidad arborescente, disímil a la presencia montuosa de nuestros bosques mediterráneos, mucho más entrañables.

Uno pensaría que las continuas tormentas y la humedad asfixiante, tan injertadas como las ilusiones en una criatura recién nacida, habrían de amedrentar a los paisanos que aterrizan en estas tierras orilladas en el mar de la China meridional; y un poco así sucede: la gente prefiere remojarse en Bali, o en Malasia o en cualquiera de las costas de Indochina, porque sus adentros perturban más que atrapan. Esta antigua Temasek se ha convertido en una centro financiero de primer orden y, en tal ferocidad ha labrado su auge, que de Stamford Raffles apenas si queda la Rafflesia. La ciudad está preñada de filipinos y malasios, que trabajan en la construcción, y filipinas esclavizadas (aquí también) como internas domésticas: los ricos tienen en todas partes las mismas miserias y el moderno esclavismo es una de ellas.

Me gusta el aire húmedo, asfixiante, de Singapur. Me gusta su pegajosidad grasa y el calor que proviene de todas partes. Exacerba los sentidos, las pasiones y los sueños, especialmente los que vinculan nuestro mundo tan viejo y occidental con la ilusión de las islas perdidas, cuentos escuchados mucho tiempo atrás cuyo origen se ha perdido en la memoria de los tiempos, cada vez más exigua. Pero los piratas, los monstruos marinos, las islas ignotas, las riquezas y la vida tan en libertad como asalvajada, todo ello, proviene de estas remotas islas, por mucho que sus trazas solo hayan permanecido para ser estampadas, como siempre, en Instagram o en las películas.