viernes, 24 de marzo de 2023

Mentiras oncemarcísticas

En la mañana de aquel jueves del 11 de marzo de 2004, cuatro trenes estallaron simultáneamente en cuatro estaciones de Madrid. Todos los partidos y medios de comunicación condenaron la salvajada etarra. Pocos días antes, un artero Carod Rovira, de ERC, firmaba un pacto para que la banda no atentase en Cataluña. Los primeros datos policiales informaban del arma del crimen, Titadyn con cordón detonante. Al mediodía, el CNI confirmaba la autoría etarra. Poco después, la SER informaba de que fuentes de la lucha antiterrorista habían hallado en los trenes restos de dos terroristas suicidas, con signos evidentes de ser islamistas. La autopsia acreditó que jamás hubo tales terroristas suicidas en los trenes. Todo fue una mentira. El Rasputín del PSOE se cansó a decir aquello de que España se merecía un Gobierno que no mintiese. El gentío se lanzó en tromba a rodear las sedes del partido que gobernaba. Todo era consecuencia del apoyo gubernamental a Estados Unidos en la segunda guerra de Irak. Felipe González había apoyado igualmente la primera invasión, incluso enviando fragatas con Marta Sánchez en ellas, pero entonces no existía Al-Qaeda. 

La policía destrozó la escena del crimen. En menos de 48 horas, los trenes siniestrados fueron desguazados contraviniendo la Ley de Enjuiciamiento Criminal (uno de los vagones del tren de Santa Eugenia fue hallado, tapado con unas lonas, en el barrio de Villaverde en febrero de 2012, ocho años más tarde, e igualmente fue destruido entonces). El juez instructor dio orden y permitió que se quemaran todos los restos personales de las 192 víctimas mortales y los casi dos mil heridos, que también formaban parte de la escena del crimen. Sin embargo, apareció una furgoneta Kangoo, una mochila y un coche. La furgoneta había sido anteriormente registrada por agentes de la policía y un perro adiestrado para detectar explosivos: no hallaron nada. Pero de pronto, al llegar a Canillas, la policía encontró un trozo de Goma-2, un Corán y una cinta con cantos islámicos. También apareció en la comisaría de Vallecas una mochila supuestamente idéntica a las que estallaron en los trenes. Junto al explosivo, Goma-2, había cables sueltos, como los que hubieran precipitado la deflagración, y abundante tornillería, pese a que ni uno solo de los muertos fue alcanzado por metralla ninguna. Para más intríngulis, tres meses más tarde aparece junto a la estación de Atocha un coche en cuyo maletero había ropa con el ADN de los sospechosos. Este coche habría sido robado en Alicante por un delincuente chileno, quien, a su vez, se lo habría vendido a los islamistas, quienes asimismo habrían transportado todas las mochilas en el coche y la furgoneta. Los policías que habían peinado la zona el día del siniestro no hallaron coche alguno ni su matrícula había sido grabada por cámara alguna. El chileno resultó ser un desmemoriado que no recordaba el color o la marca del coche. Sin permiso del juez, pese a estar imputado, fue expulsado de España. El tribunal acabaría descartando el coche como prueba. 

A los tres meses del 11-M, la policía avisó que estaban rodeados en un piso de Leganés a los responsables del atentado, previo un tiroteo en una zona próxima, tiroteo que luego se desmintió. Los islamistas se habían refugiado en un piso franco de la policía usado previamente en casos de narcotráfico y, posteriormente, se habrían suicidado haciendo volar por los aires el apartamento. Los supuestos suicidas esperaron disciplinadamente siete horas desde que fue establecido el cordón policial a que se desalojase el edificio y todos las viviendas colindantes, haciendo estallar la carga explosiva en la hora del telediario. En televisión se informó de un tiroteo entre los terroristas y la policía, pese a que jamás apareció un solo cartucho de subfusil en el registro efectuado tras la explosión. No hubo detenciones: aparecieron siete cadáveres a los que no se practicó la autopsia y a quienes no se tomó ninguna muestra hasta siete horas después, ya en el Instituto Anatómico Forense. Uno de los terroristas suicidas apareció con los pantalones puestos del revés, pese a haber dispuesto de siete horas desde que se estableciera el cerco policial. De hecho, uno de los ocupantes del piso (el octavo ocupante) bajó a tirar la basura durante el cerco policial y escapó. Fue posteriormente localizado en Serbia, detenido y puesto en libertad por el Tribunal Supremo al concluir que no había participado en la colocación de las bombas del 11-M. Este mismo Tribunal Supremo determinó que no era posible afirmar que ninguno de los siete suicidas de Leganés participase en la colocación de las bombas del 11-M, motivo por el cual las víctimas jamás han podido demandar por vía civil a los herederos de los supuestos suicidas. La televisión, en siete horas, no tomó una sola imagen del asedio, tampoco de los terroristas o de la entrada en el piso de la policía. Se informó que los terroristas suicidas habían enviado faxes al ABC y a Telemadrid amenazando con nuevos atentados, pero sucedió que aquellos faxes habían sido remitidos desde fuera del piso. Eso sí, apareció una carta de despedida de uno de los supuestos suicidas, firmada con caracteres latinos. Tras la explosión, se encontraron libros coránicos chiíes, pese a que todos los ocupantes eran suníes. 

Por el 11-M se detuvo a 116 sospechosos, la mayoría de ellos mientras tuvo lugar la Comisión Parlamentaria de investigación del 11-M. 87 quedaron libres sin cargos. De los 29 restantes, 7 fueron absueltos, 5 fueron condenados a penas leves, y de los 18 condenados finales, solo 3 lo fueron por su relación con el atentado: un confidente de la policía y dos marroquíes que no eran islamistas. Fue imputado y condenado a causa de los testimonios contradictorios de dos amigas rumanas, a una de las cuales se llegó a cuestionar que viajase en los trenes el día del atentado, pero que, un año después, dice recordar haber visto al acusado, motivo por el que se le concede la condición de víctima, la nacionalidad y una indemnización de 50.000 euros.

España es así, capaz de convertir en terrorismo islámico una confabulación política. Aquella fue una época terrible en la que una parte de la sociedad ensayó todo tipo de violencia política contra el Gobierno imperante: el Prestige de Galicia, la guerra de Irak, la muerte de José Couso, y el 11M. De este último han pasado ya casi 20 años. Personalmente opino que, quienes lo recuerdan, solo recuerdan la mentira.