viernes, 17 de febrero de 2023

A jorobarse

Es divertido el maniqueísmo en el que nuestros próceres andan enredados sin poder escapar. Ellos y sus acólitos, incluso los acólitos anónimos, mal llamados votantes. Para todos el mundo se divide en dos mitades asimétricas que ocupan la distribución ciudadana con forma de doble giba: la de los progresistas y la de los conservadores. Dirá usted que también existe la extrema derecha y la extrema izquierda (aunque nunca nadie llama así a estos), pero no dejan de ser casos peculiares de las mencionadas corvaduras. Este dimorfismo se extiende espontáneamente por doquier. 

Sea, por ejemplo, el Tribunal Constitucional, también llamado tecé (TC), cuyos jueces (que, por definición, deberían ser tildados siempre de conservadores, por someter su empeño a la conservación de lo vigente) han de ser elegidos por una facción o por la otra. Las llamo facciones porque no me apetece nombrar a los partidos. Fíjense en el del Gobierno, el Soe es una entidad inexistente salvo en la virtualidad, porque su ánima sobrevuela las actuaciones gubernativas sin poder hacer acto de presencia en ninguna de ellas cual garantía de fidelidad ideológica. Al final, lo monclovita digiere lo mismo personas que su intrahistoria. Pero ese es otro cantar…

He nombrado el tecé, pero si nos referimos a los medios, a los periodistas y periódicos y radios y televisiones, la cosa es mucho peor. No sé dónde quedó aquello de la neutralidad y el pensamiento crítico: creo que se fue por el mismo sumidero que la regla intelectual de no dejarse influir y preservar el librepensamiento. En un mundo más interesado en la división y el enfrentamiento que en la concordia y la satisfacción dialéctica, holgados vamos de batallas inútiles. Lo dicótomo aquí es carta de naturaleza. Si usted es un plumilla, ha de tomar partido o no es nadie. Y sin que le paguen (o no a todos).

Tras las etiquetas se hallan las acciones. El actual gobierno progresista es, más bien, reformista, en aras de las reformas judiciales y administrativas que sus socios del hemiciclo necesitan. Y en esas ganas todo lo tocan y todo lo destrozan. Aunado todo, del conjunto quiero creer que mis conciudadanos se descojonan de la risa lo mismo que yo, clásica demostración de impotencia y enojo. Lo nuestro es un Estado serio y respetable no por sí mismo, sino por comparación con lo que sucede, digamos por caso, en Sudamérica. Y así hasta las elecciones. Con todos los poderes, fácticos o no, tratando de justificar por qué este es o no es, según la giba, el camino del (indocto) Señor.