viernes, 20 de enero de 2023

Si vis pacem, parabellum

La Sare es esa sedicente red ciudadana que opera en favor de los derechos humanos de “presos, exiliados y deportados vascos”. Atentos a las palabrejas con que definen su labor. A nadie puede extrañar que algunos nos refiramos a ellos como acólitos de la ETA: sin pistolas ni dinamita, pero con idéntico terror en las palabras por mucho que hablen de paz (la que sus mentores quisieron imponer a base de impactos en la nuca) y de convivencia (la que procuraban enviando paquetitos a quienes no pagaban los impuestos).

A esto de matar y amenazar lo han denominado conflicto en Euskadi desde los tiempos de Viriato. Lo llamaba así la ETA y lo sigue llamando toda la caterva abertzale que aún anhela aquellos años de bombazo y percutor. Ahora que la ETA oficialmente no existe, únicamente en los libros de historia que se reescriben a gusto del lector (para ello tan solo se precisa un mandamás artero que necesite sus votos en cálculos parlamentarios), causa indignación que perviva mediante esta cooperativa de partidos y asociaciones la evangelización independentista, el acoso a los contrarios y la expulsión de todo lo que no sea vasco. Lo de la parabellum no les salió mal del todo: algunos partidos muy opuestos a ese estado de guerra (donde eran siempre las víctimas) han desaparecido de no pocos consistorios en Euskadi y casi hasta del parlamento vasco. Este es el modo como la sociedad del País Vasco premia a sus mártires: intitulando de héroes a los verdugos. 

Durante años se ha seguido en España una política de distanciamiento y esparcimiento de terroristas encarcelados, porque eso es lo que finalmente les ocurría: que se les metía en la cárcel o, por evitarla, se exiliaban ellos mismos de España y de toda Europa. Para los edecanes de esos profesionales del exterminio que eran los etarras, estos nuevos vientos de recogimiento y posterior tercergradismo para terroristas que soplan desde el actual Gobierno de España y del eviterno gobierno vasco peneuvista, el sustantivo equivalente es uno: amnistía. Los filoetarras lo celebran, vaya que sí, con júbilo y descaro, mientras les son transmigradas las negruzcas almas al empíreo del progresismo, del humanismo y hasta del compromiso social, gracias a la labor (incomprensible) del peneuve y la lógica parlamentaria (implacable) del sanchismo patrio. Si esto no es un lavado de cara en toda regla, ya me dirán qué puede ser. Lo que cuesta entender es por qué.

¿Y las víctimas? A los muertos se los olvida pronto y, además, estorban. Qué lástima que así sea. Aunque el terror que permanece sea solo lingüístico y social, nosotros seguiremos recordando a las víctimas por más tiempo que transcurra y pese al creciente acoso y opresión independentista que parece disponer de todo el entendimiento del Gobierno de España y la Lehendakaritza. Y por descontado que seguiremos denunciando esta devoción que recorre los pueblos de Euskadi hacia quienes una vez quisieron imponer la autodeterminación del País Vasco autodeterminando el cementerio a sus oponentes.