viernes, 13 de enero de 2023

Hablando claro

El conticinio no abunda en mayor número de noctímanos. Tal vez sí en más aquejados de basorexia, engentados, coimetrofílicos, oicomaníacos y, claro está, propensos a la mentulomanía. Aclaro que esta heterodoxia no es apodíctica. Pondré un ejemplo: la limerencia nocturnal, tan benéfica como el cafuné, pero sin la praxis inherente de este último, incide más en nefelibatas que en verriondos, pero menos en cavilosos que en sofómanos. Qué risa, pensarán mis lectores más ubérrimos: ¡pues no resulta obvio! En determinadas circunstancias estaría de acuerdo. Pero no en lo común. Es cuestión de alexitimia, nada más. Es una suerte de transposición de lo que sucede, por ejemplo, del quimbundo y su inconmensurable presciencia en lo pronoico, de donde hemos adoptado el término macaco cuando, no obstante, muchos cuadrúmanos similares nos parecen garosos sin disponer los pulgares revertidos. Empero, no asimilamos de igual manera el vocablo tametzona, por provenir del náhuatl, pese a ser mucho más logofílico y próximo a nuestra psicohistoria, tal vez porque nos provoca profunda hipofrenia, mientras que el bantú antes referido tan solo propugnaría una cierta paramnesia, seguramente debida a los inefables documentales de la 2 que todos dicen contemplar, sin ser cierto (hay que ser muérgano para afirmar tal falacia, de todos modos).

Para analizar la hodierna evolución noctívaga no se precisa catoptromancia alguna: nuestros enaltecidos egos no tienen quien los desafíe. Pero sí un quesiqués, y no recurro con ello a ninguna prolepsis, que tampoco hace falta, ni puédeseme tachar de padrejón. Lo diré muy claro, para que todos lo entiendan: esta propensión hacia el rielar de la luna mangata, que dicen los suecos, se produce como consecuencia de la liberosis de una sociedad que anhela más el garbear que las obrepciones los rescriptos del BOE. No hay más que hablar. Creo haberlo dicho todo con ello. Ahora solo queda buscar el remedio. Si es que tal cosa existe.

No sé ustedes, pero yo estoy harto de tanto espodófago intelectual. Cualquier pábulo les vale. Lo mismo elogian la perspectiva del impacto que las métricas de los ecosistemas transformadores de quienes intraemprenden corporativismos nepóticos. Incluso les proporcionan cátedras sin disponer de más obra propia que un cluster de colexificaciones. Se creen hermeneutas por saber jerigonzar, son el nadir del orbe, regnícolas del sabrimiento, zonzos zangoloteadores. Si lo sabré yo que detesto la hipopotomonstro-sesquipedaliofobia. 

Ay, qué a gusto me he quedado.

PS: Si no entiende lo que digo, caro lector, tal vez necesite perspectiva de impacto