viernes, 4 de febrero de 2022

Sin límites

Visto lo que mantiene a los políticos activos y a la plebe encendida (fiestas, concursos de canciones y tetas asustadas) parece nítido sospechar que, en estos tiempos, los ciegos van guiando a otros ciegos a un pozo. Es el turno de las expresiones culturales tornadas mendicantes, donde cualquier asunto es válido para menospreciar la humana capacidad de interpretar en aras de vindicaciones de inalienables derechos de cualquier alienante cosa: hombre o mujer (generados o no), vegetal o animal. 

Debo ser de los pocos que creen que, con ello, se ha reducido a la gente a ser meros tontos empoderables. Es a lo que responde toda esa amplia difusión de consignas crípticas con las que pretenden guiarnos en la moral, anunciando qué valores son correctos e impidiendo que cada cual encuentre la ética por sí mismo. Somos los instrumentos, no el objetivo de sus políticas. Persona ya no es quien sabe pensar y tomar decisiones éticas, sino quien repite (y asume) aquello que cree otorgado. Hasta el humor y la transgresión han perdido legitimidad (siempre hay un idiota que se ofende por lo que otro haya dicho o hecho) y el mundo deviene serio, antiirónico y sin asomos de felicidad. Es la hegemonía de la ideología conducida por los paniaguados del poder que nos gobiernan, lo mismo en Vitoria, en Madrid o en Washington. Genera un ciudadano despreocupado por todo, correveidile de una utopía de libertad ridícula que elimina toda noción inherente de límite por tener derecho a todo.

Por fortuna, la gente sigue haciendo lo que le viene en gana. También los políticos. Fíjense, si no, en mi héroe (y lo digo en serio): Boris Johnson, capaz de ser, al mismo tiempo, un cobarde primer ministro que le da al pueblo aquello que corea a grito pelado, y un valiente ciudadano que no duda en infringir la ley acuñada por su otro yo. Pudo elegir ser respetuoso, pero optó por la debilidad de la carne. Me encanta este tipo. Debería dimitir no por emborracharse a medianoche sino por firmar leyes contra natura: eso de que los virus no contagian a las doce menos cinco, pero sí a las doce y cinco, es de una idiotez pasmosa. Lo que refleja esta anécdota se halla en todas partes y cada día se exhibe en los titulares de la prensa.

Este mundo nuevo tiene refrescos de cola ecológicos y sin fobias. Aun siendo la misma cola de toda la vida. Antes la vendían en los anuncios de televisión las mujeres objeto: ahora la venderán feministas objeto con perspectiva de género cuales limones salvajes del Caribe. Al tiempo.