viernes, 9 de octubre de 2020

Otoño sin techos

Hace un siglo nuestra humanidad afrontó una pandemia mucho peor, más mortífera y apocalíptica que la que nos asola. Casi cien millones de muertos dejó a su paso, y un reguero de cambios y venturas que aún perduran. La gripe española, la llamaron, y de sus rescoldos surgió el estado del bienestar, la seguridad social y también la fortuna de Donald Trump.  

No sé cuáles serán las futuras benignidades que han de surgir de esta malignidad que venimos padeciendo, pero tengo la sensación de que va a causar en nuestro país una homérica e inexpugnable quiebra, y que lo hará en este presente de aquí y ahora. Lo deduzco tras la extática homilía publicitaria del Presidente del pasado miércoles, quien, sin concreción alguna, prometió suntuosidades y despilfarros sin fin para la España venidera, a sufragar con los dineros que la contabilidad creativa prometió como cientos de miles de millones de los euros europeos. Claro que esta cifra la ensombreció el propio discurso presidencialista al anunciar ochocientos mil felipistas puestos de trabajo. Esa canción ya sonaba en tiempos de la Trinca y miren en qué se quedó.

Mucho virus a derrotar, mucho futuro verde, mucha digitalización e igualdad feminista, son descubrimientos mágicos de un gobierno desquiciado que solo podía contemplarse desde la orilla más a la izquierda con el destrozo de lo que cualquier casa cuida como oro en paño: la sensatez, el techo de gasto. Ahora ya tenemos nuestras tonsuras al descubierto. Vengan millones y olviden todas las administraciones la prudencia, el sacrificio y la economía. Aunque esta otra canción de la reconquista social también sonaba cuando aquel desastre que dilapidó la ruina de los españoles en cosas que solo servían para poner cartelones con una e mayúscula a las entradas de los pueblos y miren lo que pasó luego.

En fin. Qué tan humillados debemos estar los españolitos a estas alturas que no nos creemos ya nada. Por fortuna para nosotros, se anunció por la otra línea un nuevo capítulo del serial venezolano que viene protagonizando el vicepresidente, ese lío cutre de amoríos e intrigas que mantiene absorta a la parroquia. Y fue esa noticia y no la de los millones la que nos cambió el semblante: a unos -los menos - para restituir la periclitada indignación encastada; a otros -los más - para descojonarnos de la risa, con perdón, que andamos faltos de ello. Y eso que el otro lío, el de los cierres y reaperturas que se sucedieron al día siguiente en los Madriles, aún no había sido anunciado.