Hace un siglo nuestra humanidad afrontó una pandemia mucho peor, más mortífera y apocalíptica que la que nos asola. Casi cien millones de muertos dejó a su paso, y un reguero de cambios y venturas que aún perduran. La gripe española, la llamaron, y de sus rescoldos surgió el estado del bienestar, la seguridad social y también la fortuna de Donald Trump.
No sé cuáles serán las futuras benignidades que han de
surgir de esta malignidad que venimos padeciendo, pero tengo la sensación de
que va a causar en nuestro país una homérica e inexpugnable quiebra, y que lo
hará en este presente de aquí y ahora. Lo deduzco tras la extática homilía publicitaria
del Presidente del pasado miércoles, quien, sin concreción alguna, prometió suntuosidades
y despilfarros sin fin para la España venidera, a sufragar con los dineros que la
contabilidad creativa prometió como cientos de miles de millones de los euros europeos.
Claro que esta cifra la ensombreció el propio discurso presidencialista al
anunciar ochocientos mil felipistas puestos de trabajo. Esa canción ya sonaba
en tiempos de la Trinca y miren en qué se quedó.
Mucho virus a derrotar, mucho futuro verde, mucha digitalización
e igualdad feminista, son descubrimientos mágicos de un gobierno desquiciado
que solo podía contemplarse desde la orilla más a la izquierda con el destrozo
de lo que cualquier casa cuida como oro en paño: la sensatez, el techo de
gasto. Ahora ya tenemos nuestras tonsuras al descubierto. Vengan millones y olviden
todas las administraciones la prudencia, el sacrificio y la economía. Aunque esta
otra canción de la reconquista social también sonaba cuando aquel desastre que
dilapidó la ruina de los españoles en cosas que solo servían para poner
cartelones con una e mayúscula a las entradas de los pueblos y miren lo que
pasó luego.