viernes, 3 de julio de 2020

Estío tribal

Pongo a Queco un trozo de bizcocho de chocolate para desayunar. Empapado en el café con leche, resulta delicioso. Cada vez los hago más ricos. Le dejo también un vaso de zumo bien frío antes de ponerme con mis cosas. En casa no existen más labores que las mías. Orgulloso me siento de haber convertido mi hogar en un remanso de paz, con solo bruñida penumbra y límpido silencio entre sus paredes. Afuera, las calles se han vuelto a poblar de ruidos, músicas horrendas y estridencias insoportables: la mediocridad de siempre. Mientras el virus nos mantuvo a resguardo, no fuéramos a morir todos, la espesura del miedo desprendió una quietud ingrávida sobre las existencias, pendientes solo del boscaje de mentiras que se fue extendiendo ante nuestros ojos por quienes jamás atesoraron una sola certeza.
En el verano de 2020, el de la pandemia, miles de millones de seres humanos han descubierto, por enésima vez, que el mundo es un lugar atrofiado y repleto de miedos que se han de arrostrar. Es tan atávico el terror, y tan atemporal con su devoración de siglos y eras, que seguimos reaccionando como en tiempos cavernarios, salvo en lo de honrar y dignificar a la naturaleza (provisora) y a la muerte: siendo tribales. Y es una cuestión extraña, porque desmiembra uno de los pilares fundamentales del individuo: su derecho a serlo, en libertad, sin tener que ser deglutido por colectivo alguno.
La deglución, no obstante, tiene su lógica. Las tribus buscan privilegios para sí mismas, arrebatándolos a los demás, y un poder omnímodo. Cualquier cosa que atente sus reglas incomoda: como no pueden derrocar la Historia, pero sí pintarrajear estatuas, reclamar nuevas regalías o enmendar la plana en leyes y libros de texto, se dedican a ello con frenesí. Por eso el verano de 2020 lo recordaremos como el de una pandemia que no cambió nada en el mundo, salvo el uso de las palabras.
Como siempre, las opciones pasan por sumarse a la tribu y su sempiterno juego de imposición lingüística (a eso ha quedado reducida la política, a un juego autoritario) o dar la espalda a todo y buscar, como sea, un reducto donde solo entre la penumbra y el silencio. Recuerde que los conceptos políticos son como las matrioskas: dentro esconden otras nuevas, cada vez de menor entidad, pero de mayor expectación (afectada). Recuerde que la libertad le permite pensar y creer como quiera, sin maldita la falta de tener que verbalizar cada cosa que piense o sienta. Por eso, hace tiempo, elegí cocinar bizcochos de chocolate.