Por el mes era de mayo, pero aún no hace calor. Los
pajarillos arrancan a trinar cada día un poco antes, unos con otros y sin
importarles el tráfico, que empieza a ser más frecuente. El jolgorio de las
aves porta una sonoridad de enorme blandura. Solo por esta razón deberían
construir los vehículos sin neumáticos estridulantes.
Ya pronto podremos pasear. Algunos de nuevo observaremos,
mas esta vez sí advertiremos, que a la naturaleza le importa un comino nuestra
angustiosa reclusión antropogénica. Son felices el grillo que grilla y las
flores silenciarias. En cambio, nosotros, que no entendemos la vida sino en
perpetua aflicción (maldito dinero), arrastramos tribulanzas, una tras otra,
hasta el final, que es el morir. Tal vez por eso nos amarga tanto saber que los
mayores han estado pereciendo en soledad, encarcelados. Al cabo de una vida de
amor y de cariño, ni el sollozo de los seres queridos han sentido en el momento
más íntimo. A decir verdad, solos y recluidos ya estaban, mas nada impedía la
compañía de los suyos. Queriendo protegerles, hemos asestado la más
desgarradora herida. Esta primavera arrastra un silencio que jamás pudo mejor
calificarse como sepulcral.
Pese al agobio, esa molesta desazón que nos tribula este
virus para quienes seguimos con vida, mantengo la convicción de que todo lo que
se está desplomando podrá ser revertido y que apareceremos en ese desconfinado
futuro con las enseñanzas bien aprendidas. Quiero seguir aparentando optimismo:
pesimista ya es mi monedero. Por cierto. Cómo detesto el oxímoron de la normalidad
nueva: si es nueva, no es la conocida ni la acostumbrada, y entonces, ¿a dónde
carajo volveremos? La misma vida será, de ricos y pobres, de holganzas y
apreturas, de oportunidades para los de siempre y sangría para todos los demás.
Como siempre ha sido. En la India mueren veinte veces más tuberculosos que
infectados de coronavirus en el mundo. ¿No vamos a poder con un patógeno tan
diminuto y graso una vez repuestos del sobresalto? No teman por la economía:
siempre habrá pobres paupérrimos de cuya penuria podamos los demás extraer
siquiera una pizca de riqueza o ensayar en sus cuerpos míseros las salvíficas
vacunas para nuestra inhumana especie, cosa que ya sucede. En todo lo demás, es
una estricta cuestión de persistir en olvidarlos durante más tiempo.
Sigue siendo por mayo, aunque cueste creerlo. Pían los
ruiseñores al albor. Y yo, triste mezquino, continúo en esta prisión, que ni sé
cuándo es de día, ni cuándo las noches son.