Si no fuera porque no tiene maldita la gracia, diría que estamos
divertidos. Nuestro presidente, campeón mundial en invenciones, se cuelga un
notable y una medalla por impedir 300.000 muertes en España (las mismas que
llevamos en todo el mundo). Todo ello mientras se ríe de Bildu, de los naranjas
y hasta del ujier que pasa por allí por servirle agua. Como miente mucho, habrá
que tomar por cierto lo contrario de lo que afirma. Verán cómo en unas semanas
el CIS publica una encuesta asignándole un 7,5 por su gestión: para eso está
ahora el CIS, para crearle argumentario. Y lo de Bildu… bien está que salgan
burlados en lo de imponer la política laboral, pero no hay que fiarse porque el
Congreso se expande por los extremos y estos tienen un aliado estupendo en el
señor a quien horrorizan los escraches perpetrados contra él, que no los por él
perpetrados.
Con lo de los escraches también da la risa y sin ninguna gracia.
Las dos Españas están más enardecidas que nunca: mal asunto. Se observa cuando
un súbdito y tocayo del vicetodo justifica los escraches por la izquierda en la
humildad y sencillez de sus activistas. O en lo de uno que, sin pintar ya nada,
vocifera que sin Madrid cuán pocos muertos habría en España. O cuando un
ministro, menor, pero ministro (aunque hay tantos que poco importa serlo),
arrea en el Congreso contra los empresarios del turismo. De verdad, en qué
monumental idiotez peligrosa se está convirtiendo la política. No puede
sorprender que en la calle solo haya caceroladas y cuchufleteros.
No hay inteligencia. Tampoco al otro lado, desde donde sube
al estrado un señor que está ahí porque no tiene cosa mejor que hacer. Su
discurso es hueco, como el máster que le regalaron para ser alguien. Supongo
que no se entera porque ni siquiera sabe a qué juega su partido, pero habla (muy
mal, por cierto) porque es el que está ahí, aunque no sepa ganarle una sola
mano al tahúr de enfrente. Los restantes, algunos con aposturas barriobajeras, van
de relleno. Incluso los peneuvistas, que no necesitan convencer para vencer
siempre y llevarse las ganancias bajo el brazo: qué bien les sienta a los
nacionalistas que solo haya bufones en la Corte. Los del partido naranja, a
quienes el CIS acaba de bendecir (ay, pobres), ya tienen su minuto de gloria
previa al infarto político. Algunos a eso lo llaman el centro: permitir que la gente
siga contenida en casa meses después de periclitar el motivo del encierro,
mientras un autócrata impone sus desvelos, ficciones y torpezas.