Cuando
la Peste Negra de 1348, Venecia cerró su puerto y obligó a todos los viajeros a
40 días de aislamiento. De ahí la palabra cuarentena. Un par de siglos más
tarde, Inglaterra luchó contra la peste con una ley que permitía encerrar a los
enfermos durante seis semanas.
Es
una represión históricamente aceptada. Quizá porque parece aparentar que el
Estado está haciendo algo, y hay muchas cosas que el Estado debería estar
haciendo, pero, salvo eliminar las libertades constitucionales (aprovechando una
Alarma que, constitucionalmente, no está diseñada para eliminarlas) y reunir
poder omnímodo para no tener que recabar la opinión de los demás, nada se está
gestionando ni bien ni a tiempo. No importa. Hay pocas dudas a la hora de apoyar
de forma incondicional la concentración de poder que se está produciendo. Al
parecer, una crisis sanitaria es incompatible con la Constitución y el debate. La
democracia ha devenido dictadura, pero simpática.
Un ciudadano
asustado es dócil. El miedo conlleva obediencia. El miedo a perder la vida,
fundado o no, ensordece la pérdida de libertad. El Gobierno enfoca la lucha
contra el virus como una guerra y, por ello, recibe la aprobación nacional: en
la guerra, todo vale, incluso un Gobierno de concentración en una sola persona
y sus asesores. Y como es una guerra, desde los balcones muchos confinados
dedican su aburrimiento a combatir: esto es, agredir a cualquiera que consideren
que permanece en la calle más tiempo del debido, ya sea la señora del perrito o
el caballero con el carro para la compra.
El
Parlamento húngaro va a otorgar poderes dictatoriales a su ultraderechista primer
ministro. Y se está produciendo una transición similar en Israel, donde
Netanyahu, pese a haber perdido las elecciones, ha promulgado un decreto de
emergencia que le permite posponer el inicio de su propio juicio penal. Corea
del Sur, una democracia floreciente y robusta, ha utilizado aplicaciones para
rastrear a los pacientes, aunque sin necesidad de suspender el Parlamento.
En
España, el Gobierno está muy lejos de desplegar armas tan sofisticadas. Los
viejos métodos funcionan. La incógnita por responder, aunque para una inmensa
mayoría de ciudadanos ni siquiera importa, es si sabrá estar a la altura de las
circunstancias cuando los contagios remitan y toque devolver todo el poder a su
situación original, incluyendo los decretos de emergencia. Mucho me temo que
aprovecharán el coma inducido de nuestra economía para seguir gestionando de igual
forma nefasta al país.