Sea
usted católico o no, este año la procesión va por dentro. Si tiene fe, puede
recurrir a la soledad para expresar su dilección por el crucificado. Si no la
tiene, busque consuelo en seguir ejercitando la paciencia. Hartos y cansados
estamos todos, sobre todo de palabras. Mi consejo es huir de los discursos, muy
especialmente de los que fabula nuestro Presidente: un hombre que no supo
escribir su tesis, ni tampoco el libro que ha firmado, ¿cómo no iba a copiar
casi literalmente la retórica de Churchill? Y se creerán, allá en el palacio
monclovita, que son ingeniosos… Es lo que pasa cuando, en plena crisis
descomunal, uno trata de conducir al pueblo con cosméticos para aparentar ser
bello. Digámoslo sin ambages: las apariciones del Gobierno se cuentan por
cabezas vacías.
Semana
de Pasión, y mucha que hay en el barullo de informaciones, noticias, cifras.
Uno se siente cansado de curvas y gráficos. Hay quien arguye que nos olvidamos
de los hechos, es decir, de los muertos, y que resulta ignominioso aplicarles
matemáticas porque es lo mismo que olvidarlos. Pero los muertos se mueren solos
en esta y cualquier otra circunstancia: la muerte es consustancial a la
intimidad del ser humano (los animales ignoran que existe), y el destino de
morir es el olvido. Por eso el drama de la muerte pertenece a los vivos. Son a
las familias de los muertos a quienes debemos rendir nuestro respeto, porque no
los pueden ni siquiera enterrar en paz. Y eso es dramático. ¿Para qué somos tan
modernos si, no pudiendo combatir la muerte, tampoco sabemos dar apropiada
sepultura? De repente, nuestro primer mundo se ha claveteado de tercer mundo en
muchas de sus costuras.
Los
muertos no van a resucitar cuando todo acabe. Y ya veremos qué les pasa a los
vivos. Nadie dice saber qué va a ocurrir, pero todos hablan sin cesar. De nuevo
no hay silencio, solo ruido. El Gobierno ha descubierto la hibernación de los
viajes económicos y sus socios el camino del soviet. Incluso algún alto
cargo europeo, tras haber pasado por el consejo de administración de una gran
empresa, preconiza la vuelta al totalitarismo estatal (en plata: más impuestos).
Y, mientras tanto, en Europa no atinan a dar respuesta -qué raro-. El Sur
critica al Norte su insolidaridad y el Norte critica al Sur su derroche. Este
cuento nos suena. Y en esas están mientras la gente se muere de miedo y no del virus.
Santísimo
viernes. Cómo viene la cosa. La urgencia ha concedido alas a la improvisación,
y no parecen precisamente alas de ángel…