El
día que desaparezca el ser humano del planeta, la naturaleza ocupará con su
naturalidad todos los espacios por nosotros conquistados. Pasearán los leones
por los aeropuertos y los delfines por los canales de Venecia, como ahora, y no
habrá nadie para dejar escrito o fotografiado lo que ocurra. Y eso será todo lo
que suceda. Tampoco los dinosaurios supieron que, tras su total extinción al
cabo de 135 millones de años de existencia, unos bípedos inteligentes buscarían
sus restos con ahínco 65 millones de años más tarde. Si lo pensamos bien, es
irónico que a los gigantes saurópsidos se los llevara por delante un asteroide,
que es algo grande e imparable, y a nosotros, como nos descuidemos, un virus
pertinaz que se resista a desaparecer, que es algo bastante pequeño. ¿Cuestión
de tamaño?
Será
que, de escuchar todos los días lo mismo, con independencia de hacia dónde
oriente uno las antenas, me siento pesimista. No por el virus: el patógeno me
da lo mismo. Languidezco porque se está cebando con la generación de mis
padres, la que resucitó este país de su miseria y nos lo entregó (no para que
nos encargásemos de descuartizarlo). Aunque si lo pienso bien, también lo
siento por las quintas de quienes ahora son niños, porque no tengo ni idea de
lo que van a acabar recibiendo y no me gusta nada lo que imagino...
Decía
mi abuela que ojalá nunca conociésemos las estrecheces de la guerra. Guerras
hay muchas en el planeta, algunas en la mismísima Europa, pero no nos afectan.
Las concebimos con tantísima indiferencia que nos arrogamos el derecho a
equipararlas con una crisis sanitaria. A todos los que emplean el lenguaje
bélico los obligaría a leer los reportajes del Dombás. O mejor, los arrojaría
de bruces en el propio Dombás para que, de una vez por todas, comprendiesen la
crueldad y la barbarie de que son capaces los hombres. Un virus es un patógeno:
no un tipo con un rifle dispuesto a matarte solo porque eres el contrario. La
miseria y la pobreza que se ciernen no son las de una guerra: son las de
nuestra incapacidad innata de trabajar juntos. Y no me refiero a las adhesiones
a ultranza, por el artículo 33, so pena de ser considerados poco menos que facinerosos. Los políticos deberían aprender más sobre cómo logra avanzar la ciencia…
Juntos,
pero no ciegos ni porque sí. Unidos en una estrategia consensuada entre todos.
Y de remate: el CIS pregunta si apoyamos “el pacto”. Lo que apoyaremos será el
resultado (esto sí es el pacto), no el anuncio de que habrá una reunión.
Lamentable.