La fecha
del 8M de inmediato sugiere orientar las palabras al género femenino. Ahora
todo es género, incluso el sexo, por aquello de lo psicosocial. De este modo las personas, del sexo que sean,
acaban siendo representadas por palabras, cuyo alcance es mayor y más
integrador, lo que es algo muy parecido a ser de una liquidez fácilmente
manipulable. La idea es abarcar a ese 6% de población que realmente lo necesita,
que “no nos representa”, dirían. Corren malos tiempos para el masculino
gramatical, al menos en lo público (luego, en la privacidad, cada cual hace lo
que quiere).
Si
hablamos de mujeres, hemos de referirnos a las combatientes del patriarcado
opresor. Por eso el ministro de Cultura
propone que las películas de las mujeres sean “obras difíciles” o el de Consumo
que la mujer sea considerada “consumidor vulnerable” (consumidora). A esto es a
lo que llaman feminismo. El machismo de toda la vida, visto desde el paternalismo:
como las mujeres no son iguales a los hombres, poseen riesgo de exclusión
social. Si yo fuera mujer, no podría sentirme más indignada. Que por razón de
sexo o de género (ya me da lo mismo), me vean desvalida es lo mismo que mandar
a la mierda (con perdón) mis méritos, mi profesionalidad, mi creatividad
artística o mi capacidad para valerme por mí misma.
Creo
que a esto se refiere eso de que el Estado es un macho violador. Ahora que soy
sospechoso de violar a las mujeres (de repente soy potencial participante de una
“manada”), entiendo la ansiedad que supone ser víctima de delitos que no se han
cometido o de cambios sociales que se ralentizan a la hora de llegar. Los
asesinos de mujeres son, en su gran mayoría, hombres (como hombres suelen ser los
asesinos de hombres). Los maltratadores son, inmensamente, hombres. Los
acosadores son hombres, y acosan en el trabajo o en la calle a la mitad de ese
94% de población que no necesita redefinir su sexo. Y, por descontado, quienes
piensan que la maternidad es un freno laboral, son casi siempre hombres (no siempre).
Sin
lugar a duda, mucho se ha conseguido y mucho queda por hacer. Me alivia pensar
que, aun despacito, se ha avanzado, también porque los hombres reivindicamos
libertad y respeto y derechos para las mujeres igual que lo hacen las propias
mujeres. No están solas. Feministas somos todos, al menos en lo que respecta a
una sociedad moderna. De otro modo la batalla se habría perdido hace tiempo o
sería muchísimo más dilatada (que se lo pregunten a las mujeres en Arabia o
Afganistán).