viernes, 3 de enero de 2020

Menudo 2020

Este último año de la segunda década del siglo XXI viviremos bajo el estigma de un político menor, muy menor e insustancial, pero enorme en su ambición y avidez. Fue hace unas cuantas semanas que dejé aquí escrito que el acuerdo firmado a las 24 horas de las elecciones no tendría por qué ser un desastre de colosales proporciones. Ya no lo suscribo debido a las inquietantes certezas que han surgido. Porque lo que estamos observando durante estas navidades es una negociación colectiva entre diez partidos, que se dice pronto, muchos de ellos abiertamente contrarios al orden constitucional pese a lo bien que aprovechan los recursos que dicho orden les confiere.

Cuando la única estrategia es gobernar, pese a quien pese, desdiciendo y sin mirar a quienes observan desde la otra orilla, porque unas terceras elecciones descabalgarían al mediocre jinete de su irreconocible montura, lo preocupante no es el Gobierno que se forma, sino los acuerdos que ha de ejecutar. Izquierda y nacionalismos. De eso se trata. De un nuevo poder hegemónico que acaba de conjurarse en medio de la más absoluta inevitabilidad. No porque fuese el único modo de alcanzar la gobernabilidad, sino por bloquear al otro bando, siendo este más afín en lo que subyace en el fondo, e impedir lo que siempre debió resultar transversal, por el bien de todos. Digan ustedes lo que quieran, pero este mastuerzo ya apareció escrito en los libros de Historia narrando lo que sucedió hace 90 años.

Cuando dos, o más, negocian, alguien paga. Primero el peaje. Luego, el trayecto. Finalmente, el destrozo. Yo tengo la sensación de que una masa de personas, no mayoritaria, ni mucho menos, pero muy adherida a un concepto político desgajador donde lo mismo entra una cosa que la contraria, porque todo cabe en las simas de la ruptura, coadyuvadas por un politicucho de tres al cuarto que ni tiene un proyecto en su cabeza ni, en muchos sentidos, algo estable dentro de ella, va a conseguir imponer su ferocidad y egoísmo al resto de los que hemos de pagar el pato. Ellos, los excepcionales y diferenciales, y nosotros, los que no merecemos ni ser escuchados. 

Claro que, ustedes dirán, para esto han votado las gentes al político menor e ínfimo. Para que los problemas de uno de los poderes del Estado se conviertan en problemas políticos, y gracias al juego de prestidigitación, seamos gobernados desde el Estado por quienes odian intensamente a ese mismo Estado. Una lógica aplastante. Menudo año…