Siete
años permaneció Hans Castorp en Davos, hasta la Gran Guerra. Siete veces siete
años más tarde, el barullo del Foro Mundial parece un desfile de poder, con
huestes alternando francachelas y conferencias, cual hoguera de todas las
vanidades que en el mundo son: las más, efímeras; las menos, hereditarias. Para
muchos un sacacuartos, para otros una comedia bufa, el dichoso Foro ha devenido
lienzo atemporal donde predicadores, activistas y líderes de todo tipo cuentan
con su minuto de gloria. Y quienes no acuden también, porque el cuadro de las
monsergas sobre capitalismo, sostenibilidad y desigualdades no solo se bosqueja
en los Alpes, también en los binoculares que tratan de no perder comba de
cuanto allí se cuece, por escaso que sea el condumio de la olla.
Pareciera
que los presidentes de todo lo presidenciable acuden juntos a un balneario a
expiar pecados, que son muchos y todos capitales (nunca mejor dicho). Desde el ave
purísima por el clima al santiguamiento por la pobreza, todo es contrición. Pero
nadie les absuelve: se indultan solos. El sedicente Foro no sirve de mucho,
digámoslo claro, salvo para apretarse las manos, sonreír e irse de cenas y parecer
Amo del Universo, aun sin ser otra cosa que un mentecato, pero el peligro de
consunción existe y de ahí que sirva el inefable tinglado para que poder y
dinero busquen regenerar su maltrecha imagen, o al menos congraciarse con el
resto del mundo, que somos todos los demás. Ibidem, a la vuelta de cualquier
esquina te encuentras a un vocinglero, como esa repelente niña sueca que va
diciendo que le han robado la infancia y los sueños (será por el oleaje
azuzando el catamarán). Nunca faltan voces en el asunto de la ética universal.
Dice
el señor que fundó el Foro que ahora quiere financiar proyectos de reducción de
emisiones. A ver si me concede una subvención para plantar robles y encinas en
la finca que tenemos en las Arribes, desamortizada de árboles por aquello de
hacer pastar el ganado en tiempos remotos en que los pedos de las vacas todavía
no alarmaban a nadie. Acción climática, que prometen los activistas, quizá
porque lo del descontrol de las hipotecas suena bastante técnico. Esa batalla
la van ganando, pese a Trump.
Espero
que a nuestro sedicente gran estadista algo allí se le pegue, como a Góngora el
arte de escribir versos, ahora que el tronío lo tiene pleiteado con los
escribas, y que advierta que fue en Davos donde Mann ubicó el fin de una era.