viernes, 17 de enero de 2020

Gran angular

Me llama un amigo para ofrecerme su pésame tardío por mi madre. Agradezco el gesto: realmente el cuándo no importa. Enseguida derivamos hacia un asunto que nos concierne a ambos:  cómo van a ir las cosas este año. MI amigo, conocedor de mi afición por la fotografía, me dice que para la foto oficial la cámara hubo de estar dispuesta en Guadarrama de tantos como aparecían. Yo le respondo que simplemente han tenido que inventar un mejor gran angular. La foto monclovita recuerda a algunos de los lienzos de Goya…
He decidido no hablar de lo que haga este Gobierno hasta bien pasados cien días. Los que se suelen conceder de gracia, mejor de confianza. Sé que se trata de una liturgia agotada: muchos de los figurantes de la escalinata jamás concedieron a su adversario cien minutos de respiro. Pero me gusta ser generoso y, pese a todos los temores encendidos por lo que se ha cocido tras las últimas elecciones, que es mucho y preocupante, merecen el beneficio de la duda. Dicho esto, la foto de palacio bien requiere alguna reflexión.
La primera de todas las posibles reflexiones es la siguiente: este Gobierno sale muy caro. Muchos más ministros, muchos más vicepresidentes, un gabinete todopoderoso en la sombra, decenas de secretarios de Estado y centenares de asesores… Ya veremos para qué, eso es otro cantar. La sensación ahora es que el Presidente ha partido el pastel de manera que a cada uno le corresponde una porción raquítica del mismo (cosa que ya ocurría antes, por supuesto) y que solo por el cargo (“¡Ministro! Aunque sea de Marina”, que decía el otro) y sus emolumentos presentes y vitalicios ya los participantes del festín han de darse por contentos.
La segunda de las reflexiones es que resulta difícil para qué sirve tanto ministro. Yo no lo tengo tan claro. Hay por ahí unos cuantos cuyas carteras están más que transferidas a las autonomías (acaso falte algo) y otros cuya labor diaria se antoja eximia, por no decir inútil. Entiendo que este enredo de cargos algo tiene que ver con impartir competitividad entre ellos, que unos actúen de freno de los otros. Sucede que, en lugar de simplificar, este juego de contrapesos del poder se ha desplegado con aparatosidad.
La última reflexión es bien sencilla de redactar. Las democracias son gobernadas por autoritarios. Me resisto a decir dictadores, pero podría. Supongo que es lo que toca en tiempos de palabrería fugaz e intrascendente. La urdimbre del poder jamás fue tan frágil.