Me
llama un amigo para ofrecerme su pésame tardío por mi madre. Agradezco el
gesto: realmente el cuándo no importa. Enseguida derivamos hacia un asunto que
nos concierne a ambos: cómo van a ir las
cosas este año. MI amigo, conocedor de mi afición por la fotografía, me dice
que para la foto oficial la cámara hubo de estar dispuesta en Guadarrama de
tantos como aparecían. Yo le respondo que simplemente han tenido que inventar
un mejor gran angular. La foto monclovita recuerda a algunos de los lienzos de
Goya…
He
decidido no hablar de lo que haga este Gobierno hasta bien pasados cien días.
Los que se suelen conceder de gracia, mejor de confianza. Sé que se trata de
una liturgia agotada: muchos de los figurantes de la escalinata jamás
concedieron a su adversario cien minutos de respiro. Pero me gusta ser generoso
y, pese a todos los temores encendidos por lo que se ha cocido tras las últimas
elecciones, que es mucho y preocupante, merecen el beneficio de la duda.
Dicho esto, la foto de palacio bien requiere alguna reflexión.
La
primera de todas las posibles reflexiones es la siguiente: este Gobierno sale
muy caro. Muchos más ministros, muchos más vicepresidentes, un gabinete
todopoderoso en la sombra, decenas de secretarios de Estado y centenares de
asesores… Ya veremos para qué, eso es otro cantar. La sensación ahora es que el
Presidente ha partido el pastel de manera que a cada uno le corresponde una
porción raquítica del mismo (cosa que ya ocurría antes, por supuesto) y que
solo por el cargo (“¡Ministro! Aunque sea de Marina”, que decía el otro) y sus
emolumentos presentes y vitalicios ya los participantes del festín han de darse
por contentos.
La
segunda de las reflexiones es que resulta difícil para qué sirve tanto
ministro. Yo no lo tengo tan claro. Hay por ahí unos cuantos cuyas carteras
están más que transferidas a las autonomías (acaso falte algo) y otros cuya
labor diaria se antoja eximia, por no decir inútil. Entiendo que este enredo de
cargos algo tiene que ver con impartir competitividad entre ellos, que unos
actúen de freno de los otros. Sucede que, en lugar de simplificar, este juego
de contrapesos del poder se ha desplegado con aparatosidad.
La última reflexión es bien sencilla de redactar. Las
democracias son gobernadas por autoritarios. Me resisto a decir dictadores,
pero podría. Supongo que es lo que toca en tiempos de palabrería fugaz e
intrascendente. La urdimbre del poder jamás fue tan frágil.