viernes, 1 de noviembre de 2019

Cuelgamuros

Ayer, mientras disponíamos las sepulturas del camposanto, llovía suavemente. Los cielos se tornaron macilentos y afligidos en la víspera del Día de Difuntos. Una vecina, que nos contemplaba remover con el zacho los terrones amazacotados, se lamentaba de que la lluvia malograría las flores. No se queje, repuse, no tenemos razón alguna para protestarle a la meteorología: bien caída es esta agua. Colocamos el centro más bonito y lozano, con plantas del jardín que florece en el corral, sobre la tumba de mi padre, al pie del muro. Los restantes arreglos: donde enterramos a mi abuela, a mi abuelo (quien descansa junto a mi tío) y la hermana mayor de mi madre. También coloqué un ramo de flores blancas en la tumba de Serafín, cuyos sobrinos la mantienen imperturbable durante el año con horribles flores de plástico.
Eché un vistazo al resto de enterramientos. La gran mayoría yacen olvidados, como se evidencia en las muchas tumbas desaseadas y mohínas. Algunas son vergonzosamente recientes. La España menguante comenzó a disminuir en la memoria de los vivos mucho antes de que lo hicieran sus ilusiones. Las sepulturas más antiguas datan de los tiempos de la posguerra. El cementerio fue removido durante la fratricida contienda por razones que nadie recuerda. En el pueblo vecino los republicanos fusilaron a grupos de agricultores contrarios al Gobierno y los trajeron a enterrar al mío. Nadie sabe dónde se encuentran. Tampoco queda nadie que reclame sus huesos. Ha de ser terrible saber que un antepasado tuyo fue masacrado sin contemplaciones en algo tan monstruoso como una guerra civil.
Celebré en su momento (hace 17 años ya) la unanimidad del reconocimiento moral a quienes padecieron la represión franquista. No puedo celebrar el espectáculo de la exhumación de Franco del inmenso cementerio que es el Valle de los Caídos, donde yacen decenas de miles de personas de ambos bandos, y al que la propia Ley de Memoria Histórica obliga a ser gestionado conforme a las normas aplicables a los lugares de culto y los cementerios públicos. Es lamentable que hayamos presenciado, nuevamente algunos, el sepelio del dictador. Nadie pensó en el sigilo o en las leyes.
El cementerio de mi pueblo acabará consumido por la naturaleza una vez que la memoria de las gentes olvide que una vez existió. Espero que le suceda lo mismo al del valle de Cuelgamuros porque significará que se habrán tomado decisiones con criterio, y no precisamente el partidista.