viernes, 23 de agosto de 2019

Migrantes estrella

Unos pocos cientos de personas cobijadas en un buque en mitad del Mediterráneo son, en agosto, noticia de demasiados titulares. En el barco se encuentra un equipo de televisión que narra a diario el hedor y las tensiones existentes. Si es sencillo hacer subir a unos reporteros, quizá sea igual de sencillo hacer bajar, escalonadamente, a todas las personas que en dicho navío se han convertido en noticia. Total, una sucesión de actos considerados ilegales no creo que empeore por añadir un eslabón salvífico. Pero esa vía nadie la ha descubierto. Los migrantes, hartos por lo que están padeciendo ante las cámaras, solo son captados cuando se lanzan al agua en pleno día o cuando figuran como atrezzo de las declaraciones de quienes patronan el buque. 

Y los gobiernos, y partidos, de toda Europa, de perfil. En otros lugares las políticas migratorias se han endurecido y es muy probable que estas respuestas signifiquen la incapacidad de articular, a escala planetaria, unos protocolos que regulen el tránsito de las personas desesperadas. Las fronteras se cierran porque, dentro de ellas, lo único que hay no son tierras fértiles y empresas con empleos: dentro hay un bienestar que los nativos desean proteger a ultranza. Si ellos mismos, una población contabilizada y legalmente asentada, ven peligrar su ventura por efectos económicos, ¿cómo no sentir pavor ante la avalancha de gentes que, desde todas partes, ansían lo mismo, siendo eso anhelado tan aparentemente escaso, frágil y vulnerable? 

Hay millones de extranjeros instalados en nuestro país. Un número alto que debiera causarnos enorme satisfacción por la manera provechosa de gestionarlo. Y es positivo: para nuestra demografía (los impuestos del futuro), para cubrir los trabajos que nadie entre los patrios quiere… para multitud de circunstancias en las que muy pocos quieren reparar. En las escuelas hace tiempo que la integración es cotidiana y esa es la mejor noticia: que mientras los próceres se dedican a hacer política en Twitter, como nuestro Presidente, la sociedad civil (a la que siempre alude) ya facilita las cosas. Cada cual que bregue por su pan, pero en concordia: no con prejuicios enarbolados hasta la frontalera. 

El Open Arms puede querer ridiculizar a los políticos, cosa pretendida sin disimulo por quienes comandan el buque, especialmente ante las cambiantes estrategias que se observan de mes a mes. Pero establecer unas pautas comunes, nunca será farsa ni será fútil.