viernes, 16 de agosto de 2019

Asunción

15/08. Festivo en España. Y en mi pueblo. Antaño, en esa época que nadie recuerda y muchos ignoran que una vez existió, cuando la cosecha iba tardía en la festividad de agosto aún se trillaba en las eras. Pero las máquinas paraban, todo se detenía. Nadie trabajaba salvo para atender el ganado. Los parroquianos iban a misa con fiel determinación, creyeran mucho o poco en lo que allí se barruntaba, y la iglesia se llenaba hasta los topes con agricultores y veraneantes. A la salida, nos encontrábamos todos allí, en la plaza, bajo el grueso roble milenario cuya existencia la acometida de las aguas segaría de cuajo no muchos años más tarde. 

El ayuntamiento servía sangría y chochos (altramuces). Sabido era que los cuerpos castigados se regocijan mejor con un vinillo aromatizado y algo que echarse a la boca. En los corrillos bajo las sombras había charlas interesantes. De hombres: las mujeres aparte, como en la iglesia. Recuerdo con nostalgia las de Alejandro, el molinero, o las de Vitoriano, tan cultivado en leyendas, y por supuesto la sabiduría y sensatez de Serafín. El 15 de agosto el pueblo entero se aseaba y vestía de fiesta. La ceremonia de la felicidad en la plaza resultaba una liturgia más trascendental que la eclesial. 

Todo aquello sucedió hasta que cumplí los 24 años y llegó la concentración parcelaria. Con la división del territorio nunca más se volvió a segar ni a trillar. Los graneros se vaciaron y en los pajares nunca más revoloteó el tamo seco en los rayos de sol por entre las tejas. No volvieron a abrirse las hojas, donde el ganado pacía las pajas dejadas atrás en los vados. Las veredas y trochas que serpenteaban por entre las tierras desaparecieron, los caminos de concentración inundaron el paisaje con sus rectas de autopista, los campos se limitaron con alambre de espino, la gente no volvió nunca más a encontrarse en el trabajo y los días de fiesta dejaron de ser distintos. Los campesinos fueron muriendo y aquel otro mundo, en el que me crié, desapareció para siempre. 

Ahora el pueblo es un lugar en progresivo abandono y de aquella generación de últimos agricultores solo quedan el tío Germán y el tío Manuel, el Herrero. Dentro de un rato tocarán las campanas a misa (solo hay misa dos veces al mes). No sé cuántos se reunirán en la plaza porque nunca voy. Antes iba por la gente. Ahora la gente me da igual, porque solo hay jubilados que regresan al pueblo tras el éxodo y no tengo nada que recordar con ellos.