viernes, 19 de abril de 2019

Improperios


La Semana Santa de este año transcurre 80 años después del parte de guerra de Burgos donde Franco daba por cautivo y desarmado al “ejército rojo". El Episcopado español bautizó el conflicto como "plebiscito armado", si bien jamás como una cruzada, pese a lo que tantos creen y repiten por no haber leído aquella Carta Episcopal. Muchos nunca han perdonado tan gravísimo error a la Iglesia, olvidando con su rencor a quienes desde la propia Iglesia replicaron, con escasa fortuna, contra lo escrito en la carta de 1937. Porque de igual modo que existe una fe distinta a los templos y oropeles, refugiada en la voluntad de ayudar a los demás, de la que nadie se acuerda, también hubo una Iglesia hace 80 años distinta a la afiliada al franquismo.
Es curioso que la Iglesia haga estos días tan soberbio ejercicio de memoria histórica remontándose a 2.000 años atrás, acaso para olvidar lo sucedido desde hace 80. Es la Semana Santa un éxito para lo que en el siglo XXI se estila. Los tambores y capirotes derrotan en dignidad y atención los bramidos de quienes contienden en otras batallas menos escatológicas (de éskhatos, no confundan). Una construcción mitológica a la española que, pese a su aparente inmutabilidad (¿hay algo más encorsetado que la fe?), ha cambiado sorprendentemente con el paso de los años hasta devenir arte y cultura. No olvidemos que la fe produce fobias que el tiempo no cura y su materialización jerárquica unas pocas más: salvo en Semana Santa, cuando salen las cofradías a la calle, como lo llevan haciendo desde el siglo XVI, arrastrando representaciones escultóricas de una fe en la que muy pocos creen.
La Segunda República, con su agresividad y sus leyes laicistas, no pudo detener la Semana Santa salvo en 1932. Hoy es poco probable que nadie quiera siquiera poner fin a esta marea que refleja una religiosidad desesperada por no extinguirse. El que no quiera verlas, que se vaya a la playa, o acuda a las que gritan en favor de la república, o contra de España, o para declarar su fe en el crudiveganismo, o simplemente el orgullo de su sexualidad.
Cada loco con su tema, y todos por las calles requiriendo atención. Pero ninguna tan admirable como la religiosa, con su silencio, piedad y muerte devocionados. Y una teología contradictoriamente humana, magníficamente representada en los versículos del oficio de Viernes Santo donde se dice: “Pópule meus, quid feci tibi? Aut in quo contristávi te? Respónde mihi