viernes, 12 de abril de 2019

Al-fan-huí


Concluyó mi última columna como concluye la novela que titula la presente. Con el grito de los alcaravanes, aves de ojos amarillos.
Es "Alfanhuí" una obra de la que guardo grato recuerdo por su capítulo XVII, donde se habla de la siega y del gazpacho que, con mucha gracia, preparaba el chiquillo echando melón al tomate, la cebolla y los pimientos. Yo jamás he probado un gazpacho con este ingrediente, pero sí he juntado manojos en las hacinas durante la siega, porque no me permitían usar la hoz para cortar la mies: era yo muy chico. Ahora son remembranzas de una época en olvido, si no olvidada por completo, pero aquel capítulo, de una novela escrita mucho antes de mi nacimiento, eran como latidos postreros de un corazón a punto de partir al reino de lo blanco, donde se juntan los colores de todas las cosas: los amarillos de la siega y los ojuelos de los alcaravanes.
Con Ferlosio se sigue yendo esa época que ni tan siquiera esparce ya una sombra liviana en los entresijos de esta otra, tan decadente y onfaloscópica (por mirarse mucho al ombligo, aunque sin rezos hesicastos). Hogaño nadie sabe de la siega: en puridad, ahora mismo nadie sabe de nada, salvo tres o cuatro, tal vez media docena, donde apenas se distingue al recoleto del preciado de sí mismo. La carestía engendra genialidad, insignemente representaba en el cascarrabias hijo de Sánchez Mazas (aquel falangista a quien conocemos por una mala novela, pero una excelente película, y no por una pesada novela suya vascongada de la que se hizo una película aún peor). En contraposición, la opulencia solo produce famosos, ricachones, envidias y frustración generalizada. Por eso a nadie hubo de sorprender la reclusión voluntaria, en lo personal y en lo editorial (que no en lo periodístico), de Sánchez Ferlosio. De hecho, es casi una enseñanza eminente: huye, apártate, escóndete de los tiempos modernos, que no te encuentren…
No es el ensayo un mal lugar para guarecerse a partir de los 40, como sugería Pla. Tampoco la hipotaxis (ni la parataxis), salvo que se tenga espíritu de sajón. Por eso concluyo esta columna con una recomendación que contradice su propósito inicial: no vuelva usted a “El Jarama” ni tampoco a “Alfanhuí”. Camine los pasos de Ferlosio por sus artículos de opinión, repletos de vericuetos subordinados, precisión lingüística e ironía (y mala leche). Quizá descubra a través de él, como descubrí yo, que merece la pena odiar a Walt Disney por hacer hablar a los cervatillos y demás animales.