Ahora
mismo la noticia, en mi opinión (que ignoro si es humilde o siempre la aporto
con algún resabio de vanidad o engreimiento), no radica en los muchos líos
políticos en curso: desde luego no en la sempiterna independencia catalana; ni
tampoco en el lío de cuidado que ha urdido el famoso comisario con unos y
otros; ni lo es lo de la senda de déficit o los pe ge e; ni tampoco los
exabruptos de Trump; mucho menos en los huesos del dictador, ese que tan a
gusto por fin dormía y al que han venido a despertar para gusto de no sé
quiénes… Para mí la noticia es este otoño de frío y lluvia.
Dirá
usted que siempre llueve en otoño (usando el tremebundo adverbio totalitario).
Y yo callaré la respuesta. Por dignidad y no perder el respeto. Me da igual lo
que haga o deje de hacer el otoño en cada año de las vidas que lo contemplan.
Me da igual que algunos parangonen el frío y la lluvia de este otoño con un
poema o que otros los declaren coñazos terribles porque sabido es que las
inclemencias enturbian excesivamente el ya de por sí intranquilo transcurrir de
los vehículos en las vías. Todo eso me resulta indiferente, tal vez tanto como
a usted le parece lo que yo estoy escribiendo hoy. Pero la cuestión palpitante
es que, esta vez, el otoño se ha aproximado a nosotros con una ferocidad
adusta, aunque razonable, dejando caer un agua bien caída y enfriando las tierras
para que nadie dude de su bizarría.
Ha
habido, hay y habrá más otoños de los que uno pueda presenciar a lo largo de su
vida. Lo habitual, o al menos así lo confirma mi experiencia, es despojarlo de
su temperamento, negándoselo, y convertirlo en un falso verano retrasado y,
después, en un invierno adelantado. Como si no existiese. Como si la delicada
luminosidad del sol, la seroja o los vientos que nombró Vitruvio no valiesen
nada. Pues sepan quienes así barruntan que en este año 2018 el otoño se arrogó
el derecho a ejercitar su maestría y recordarnos que, del calor al frío, hay
mucho tránsito del planeta en torno al sol. La felicidad, a estas edades
nuestras (al menos la mía, ignoro si también en la suya), también pasa por
descubrir otoños distintos, ninguno igual al anterior, y complacerse en las
cavilaciones que procura, que ninguna otra estación abstrae tanto ni tan bien
una mente convulsa. Cuando acompañan la lluvia y el frío, la cogitación se
torna exquisita.
Dirán ustedes que en otoño siempre llueve. Lo que sí
sucede es que yo, en cada otoño, siempre le escribo.