viernes, 9 de noviembre de 2018

Otoño en noviembre

Ahora mismo la noticia, en mi opinión (que ignoro si es humilde o siempre la aporto con algún resabio de vanidad o engreimiento), no radica en los muchos líos políticos en curso: desde luego no en la sempiterna independencia catalana; ni tampoco en el lío de cuidado que ha urdido el famoso comisario con unos y otros; ni lo es lo de la senda de déficit o los pe ge e; ni tampoco los exabruptos de Trump; mucho menos en los huesos del dictador, ese que tan a gusto por fin dormía y al que han venido a despertar para gusto de no sé quiénes… Para mí la noticia es este otoño de frío y lluvia.
Dirá usted que siempre llueve en otoño (usando el tremebundo adverbio totalitario). Y yo callaré la respuesta. Por dignidad y no perder el respeto. Me da igual lo que haga o deje de hacer el otoño en cada año de las vidas que lo contemplan. Me da igual que algunos parangonen el frío y la lluvia de este otoño con un poema o que otros los declaren coñazos terribles porque sabido es que las inclemencias enturbian excesivamente el ya de por sí intranquilo transcurrir de los vehículos en las vías. Todo eso me resulta indiferente, tal vez tanto como a usted le parece lo que yo estoy escribiendo hoy. Pero la cuestión palpitante es que, esta vez, el otoño se ha aproximado a nosotros con una ferocidad adusta, aunque razonable, dejando caer un agua bien caída y enfriando las tierras para que nadie dude de su bizarría.
Ha habido, hay y habrá más otoños de los que uno pueda presenciar a lo largo de su vida. Lo habitual, o al menos así lo confirma mi experiencia, es despojarlo de su temperamento, negándoselo, y convertirlo en un falso verano retrasado y, después, en un invierno adelantado. Como si no existiese. Como si la delicada luminosidad del sol, la seroja o los vientos que nombró Vitruvio no valiesen nada. Pues sepan quienes así barruntan que en este año 2018 el otoño se arrogó el derecho a ejercitar su maestría y recordarnos que, del calor al frío, hay mucho tránsito del planeta en torno al sol. La felicidad, a estas edades nuestras (al menos la mía, ignoro si también en la suya), también pasa por descubrir otoños distintos, ninguno igual al anterior, y complacerse en las cavilaciones que procura, que ninguna otra estación abstrae tanto ni tan bien una mente convulsa. Cuando acompañan la lluvia y el frío, la cogitación se torna exquisita.
Dirán ustedes que en otoño siempre llueve. Lo que sí sucede es que yo, en cada otoño, siempre le escribo.