viernes, 16 de noviembre de 2018

Don Cristóbal y don Rubén


Mi anterior columna era muy autumnal, que diría Rubén Darío (también José Martí y algunos otros). Repaso, en silencio, lo que recuerdo del insigne vate nicaragüense modernista, tan admirado como denostado, y quiero reparar en la borgesiana crítica sobre la efimeridad deleznable de muchas de sus odas, pero me despista la noticia del derribo de una estatua de Colón en Los Ángeles. Pienso: también a Darío lo trataron de demoler en muchas ocasiones una vez fallecido…
Nunca me causó simpatía D. Cristóbal (ambicioso, esclavista y truhan) y siempre tuve a D. Rubén (nacido 102 años antes que yo, exactamente) más por mítico que por recomendable, opinión de la que ya empecé tiempo ha a arrepentirme. Pero sintetizar la naturaleza de Colón (“desgraciado almirante”) en la de un bestial genocida confirma la profundidad a la que se encuentra arraigado el mito de Edipo en el alma humana. Algo de todo ello me encontraré, por cierto, cuando regrese a Perú la semana que viene: un país que ejemplifica como muy pocos las contradicciones en que incurre un pueblo cuando revisa la Historia tomando partido (nuestros crímenes, sí, y nuestra rapiña, pero sus esclavismos y sacrificios, sus tiranías y cacicadas).
La fobia está extendida aún. Todos hablamos de Latinoamérica incluso para referirnos a Hispanoamérica (“esparcida savia francesa”: nunca mejor se han bailado las carmañolas). Es lamentable que en pleno siglo XXI sigamos ejerciendo el análisis cultural sin examinar más amplios ámbitos, como la problemática de las civilizaciones. Muy al contrario, pese al esfuerzo sincretizador de la historiografía moderna insistimos aún en la violencia colonizadora (incluso desde nuestro propio Parlamento, lo que me deja tan estupefacto como a las estrellas darianas) y desoímos tanto como habría que seguir narrando sobre el mestizaje y la pluriculturalidad.
Lo que sí queda muy claro es el rumbo que toman las cosas en estos tiempos que corren. En el país de Trump (recuerden: hace cincuenta años asesinaron a Luther King) pueden derrumbar y decapitar todas las estatuas de Colón que quieran (quiénes somos para impedirlo), allá ellos si deciden vivir de espaldas a la Historia: también ignoran que Gerónimo, el jefe apache, hablaba español y estaba bautizado. Peor es que, en nuestro país, el que financió a Colón sus viajes, todos callen y nadie se haya pronunciado, ni siquiera quienes tienen aquí por responsabilidad difundir la cultura hispanoamericana.