Mi
anterior columna era muy autumnal, que diría Rubén Darío (también José Martí y
algunos otros). Repaso, en silencio, lo que recuerdo del insigne vate
nicaragüense modernista, tan admirado como denostado, y quiero reparar en la
borgesiana crítica sobre la efimeridad deleznable de muchas de sus odas, pero
me despista la noticia del derribo de una estatua de Colón en Los Ángeles. Pienso:
también a Darío lo trataron de demoler en muchas ocasiones una vez fallecido…
Nunca
me causó simpatía D. Cristóbal (ambicioso, esclavista y truhan) y siempre tuve
a D. Rubén (nacido 102 años antes que yo, exactamente) más por mítico que por
recomendable, opinión de la que ya empecé tiempo ha a arrepentirme. Pero sintetizar
la naturaleza de Colón (“desgraciado almirante”) en la de un bestial genocida confirma la profundidad a la que se encuentra arraigado el mito de Edipo en el
alma humana. Algo de todo ello me encontraré, por cierto, cuando regrese a Perú
la semana que viene: un país que ejemplifica como muy pocos las contradicciones
en que incurre un pueblo cuando revisa la Historia tomando partido (nuestros
crímenes, sí, y nuestra rapiña, pero sus esclavismos y sacrificios, sus
tiranías y cacicadas).
La
fobia está extendida aún. Todos hablamos de Latinoamérica incluso para
referirnos a Hispanoamérica (“esparcida savia francesa”: nunca mejor se han
bailado las carmañolas). Es lamentable que en pleno siglo XXI sigamos
ejerciendo el análisis cultural sin examinar más amplios ámbitos, como la
problemática de las civilizaciones. Muy al contrario, pese al esfuerzo
sincretizador de la historiografía moderna insistimos aún en la violencia
colonizadora (incluso desde nuestro propio Parlamento, lo que me deja tan
estupefacto como a las estrellas darianas) y desoímos tanto como habría que
seguir narrando sobre el mestizaje y la pluriculturalidad.
Lo
que sí queda muy claro es el rumbo que toman las cosas en estos tiempos que
corren. En el país de Trump (recuerden: hace cincuenta años asesinaron a Luther
King) pueden derrumbar y decapitar todas las estatuas de Colón que quieran
(quiénes somos para impedirlo), allá ellos si deciden vivir de espaldas a la
Historia: también ignoran que Gerónimo, el jefe apache, hablaba español y
estaba bautizado. Peor es que, en nuestro país, el que financió a Colón sus
viajes, todos callen y nadie se haya pronunciado, ni siquiera quienes tienen
aquí por responsabilidad difundir la cultura hispanoamericana.