Diríase
que la vida semeja un ejercicio inservible donde la única convicción está
representada por la muerte. Y es en esta confusión, permanente como la propia
vida que renace una y otra vez, donde se fundamenta el inquietante conflicto
entre información y entretenimiento.
Sí,
hablo del truculento caso de Diana Quer. Porque si como tremebundas pueden
calificarse las circunstancias de su muerte, lamentables son los tratamientos
que vienen observándose del mismo en los medios de comunicación. Hay quien
alude a la prioridad de mantener enganchada a la audiencia y el paisanaje. Hay
quien, sin refutar lo anterior, explica el exceso informativo en la búsqueda de
beneficios puntuales (todo suma al cabo del año). La única certeza es el
excesivo morbo con que se ha contaminado una noticia que debería observar el
máximo respeto por Diana Quer y sus allegados.
¿Realmente
importa el carácter de la joven? ¿Tanto interesan las vicisitudes de su infecto
asesino? ¿Es la íntima relación, mejor o peor, con sus padres una cuestión notable?
Todo lo aparecido recuerda aquel vergonzoso episodio de las niñas de Alcasser,
y yo entonces era aún muy joven. Nada ha cambiado: acaso la voracidad del
enjambre social que se vanagloria de vivir hiperinformada y para quien cualquier
dato o rumor o sesgo o antecedente es relevante, Además, confiamos tanto en
nuestros prejuicios que la contrastación de pareceres no hace sino disparar el
afecto a la secta particular en la que nos movemos. Porque sectario es el empeño
en obstruir todo aquello que no coincide con lo que cavilamos.
Sí.
Se trata de machismo o, mejor dicho, se trata del secular comportamiento
aberrante de ciertos machos que se saben más fuertes y poderosos que sus
contrapartidas femeninas y, por ende, en potestad de decidir sobre su felicidad
y sufrimiento, cuando no de su muerte. Pero es también la adoración por lo
abyecto de quienes se indignan ante la evidencia informativa, razón (a su
juicio suficiente) para horadar y hurgar en los diversos paraderos que rodean
un crimen infame por denostar todos los que con exclamación les indigna, con
razón o sin ella. El caso es no dejar en paz a quien ha sido eliminada de este
mundo violentamente y cuya memoria exigiría respeto, consideración y cierta
compostura. Pero si la vida es inservible a efectos de morbo, ¿no debemos
reparar las afrentas de la muerte?
Me apena el destino de Diana Quer, como me apena la
banalidad en que han convertido su muerte.