viernes, 12 de enero de 2018

Abyección aporética

Diríase que la vida semeja un ejercicio inservible donde la única convicción está representada por la muerte. Y es en esta confusión, permanente como la propia vida que renace una y otra vez, donde se fundamenta el inquietante conflicto entre información y entretenimiento.
Sí, hablo del truculento caso de Diana Quer. Porque si como tremebundas pueden calificarse las circunstancias de su muerte, lamentables son los tratamientos que vienen observándose del mismo en los medios de comunicación. Hay quien alude a la prioridad de mantener enganchada a la audiencia y el paisanaje. Hay quien, sin refutar lo anterior, explica el exceso informativo en la búsqueda de beneficios puntuales (todo suma al cabo del año). La única certeza es el excesivo morbo con que se ha contaminado una noticia que debería observar el máximo respeto por Diana Quer y sus allegados.
¿Realmente importa el carácter de la joven? ¿Tanto interesan las vicisitudes de su infecto asesino? ¿Es la íntima relación, mejor o peor, con sus padres una cuestión notable? Todo lo aparecido recuerda aquel vergonzoso episodio de las niñas de Alcasser, y yo entonces era aún muy joven. Nada ha cambiado: acaso la voracidad del enjambre social que se vanagloria de vivir hiperinformada y para quien cualquier dato o rumor o sesgo o antecedente es relevante, Además, confiamos tanto en nuestros prejuicios que la contrastación de pareceres no hace sino disparar el afecto a la secta particular en la que nos movemos. Porque sectario es el empeño en obstruir todo aquello que no coincide con lo que cavilamos. 
Sí. Se trata de machismo o, mejor dicho, se trata del secular comportamiento aberrante de ciertos machos que se saben más fuertes y poderosos que sus contrapartidas femeninas y, por ende, en potestad de decidir sobre su felicidad y sufrimiento, cuando no de su muerte. Pero es también la adoración por lo abyecto de quienes se indignan ante la evidencia informativa, razón (a su juicio suficiente) para horadar y hurgar en los diversos paraderos que rodean un crimen infame por denostar todos los que con exclamación les indigna, con razón o sin ella. El caso es no dejar en paz a quien ha sido eliminada de este mundo violentamente y cuya memoria exigiría respeto, consideración y cierta compostura. Pero si la vida es inservible a efectos de morbo, ¿no debemos reparar las afrentas de la muerte?
Me apena el destino de Diana Quer, como me apena la banalidad en que han convertido su muerte.