Fukuyama reconocía que las democracias contemporáneas se
enfrentarían a problemas muy serios (droga, delincuencia, daños medioambientales,
consumismo frívolo), ninguno irresoluble. Desafortunadamente, todo este nivel
de riqueza, de consumo ostentoso y superfluo, el reemplazo de lo productivo por
transacciones financieras y sus consecuencias en la gobernanza de países y ciudades
ha distorsionado la vida humana de un modo casi impúdico hasta hacer caso omiso
a los problemas más acuciantes de las personas: entendemos los privilegios
privados, sí, pero somos incapaces de ver la miseria pública en que incurrimos.
No somos una sociedad adulta, estamos contagiados de estéril adolescencia.
Parece una fuerza transformadora, pero no lo es por su
carácter destructivo: y por ingenua, resulta peligrosa hasta la alucinación.
Priorizamos lo material, nos volcamos en objetivos inmediatos, encontramos seguridad
en lo más intrascendente y vivimos en un estado de ansiedad crónica. Para
colmo, pese a que nuestra civilización está superpoblada, nuestras vidas son extremadamente
solitarias y con tendencia a la fragmentación. Fukuyama predijo que el excesivo
individualismo sería nuestra mayor vulnerabilidad y que cualquier sociedad
interesada en la constante abolición de valores y principios básicos se sumiría
en una creciente desorganización hasta ser incapaz de llevar a cabo tareas
conjuntas y alcanzar objetivos comunes.
Interpretemos correctamente al bueno de Fukuyama. El individualismo
no solo responde al concepto de ciudadanía (familias disfuncionales, padres que
incumplen sus obligaciones, vecinos insolidarios, etc.); en la gobernanza
encontraremos las causas en que viene navegando el independentismo, cuyo
desparpajo institucional sorprende tanto como inquieta: el Estado no es solo una
imposición sobre las vidas y deseos de sus conmilitones, algo más o menos
cierto, sino un ente al que hay que aniquilar con toda la artillería posible,
desde la gestión pública a la que acceden hasta las contestaciones más propias
de revueltas totalitarias que de debates parlamentarios (alusiones a la
represión, violencia, coerción… siempre externas).
Es un fracaso, pero no del admonitor Fukuyama, sino de toda
nuestra acomplejada y egoísta sociedad civil que ha reemplazado el conocimiento
por el ultra-desarrollismo tecnológico y los valores por innumerables
ideologías, a cual más ramplona. Presagios todos ellos de extremismos: el
secesionismo es solo un ejemplo.