viernes, 17 de noviembre de 2017

Invierno catalán

No podía fallar. Esta semana, en Berlín, todos mis colegas europeos me han preguntado insistentemente por cuál ha sido y es mi parecer respecto de lo que está sucediendo en Cataluña. La capital germana es una ciudad elegante y sobria, con su impresionante despliegue de historia, más allá del lamentable muro que apareció en esta columna hace siete días o los 2711 bloques de hormigón que inmortalizan los horrores del Holocausto. Muy al contrario, Berlín es modernidad y presente, y marca el paso (takt) de la política europea. ¿Hay mejor lugar para interesarse por Cataluña y España que Berlín?
Mis colegas, sorprendentemente, poseen una visión muy objetiva de lo que ha sucedido en el último mes y medio. Tanto los italianos como los alemanes o los ingleses (encantados de que en esta reunión por fin nadie hable del Brexit), todos conocen con precisión las desventuras de Puigdemont, aun sin advertir hasta dónde llega la falsedad de algunas noticias que escuchan con asombro. Se quedan boquiabiertos si les cuento que nadie fue expulsado de un avión por hablar catalán y que similar falaz propaganda fue constante durante el referéndum, como las imágenes de la mujer a quien la policía supuestamente rompió los dedos o la violencia sucedida en distintas partes del mundo y que, de repente, tenía denominación de origen en Cataluña. Repito que se quedan boquiabiertos… pero no les extraña.
De cómo la sociedad llega a creerse estas y otras patrañas, que las mentiras del bando independentista han sido tan continuas como exageradas seguramente para mantener intacta la motivación ciudadana, es asunto para muchas columnas cada viernes: por eso no lo haré, porque a estas alturas nadie puede sorprenderse de la vulgaridad que se desliza por las redes sociales (cada día resulta más imprescindible que usted se quite de en medio, como he hecho yo). De ella muchos medios se han contaminado de manera interesada. Y la sociedad civil, que bebe de unos y otros, termina por no saber a qué atenerse.
No vivimos en el universo que conocíamos. El universo paralelo inventado por la revolución independentista ha acabado por fagocitar aquel en el que solíamos existir. Nadie hizo nada por oponerse o revertirlo, y esa es culpa exclusivamente monclovita, pero sí lo es la total e inequívoca dejación de muchos en sus responsabilidades políticas. Cuando el independentismo no se parlamenta, sino que se impone, adentro y afuera acaba eternizándose el invierno