Tiene miga este asunto de los escándalos sexuales que
emergen, años después, como esporas hibernadas bajo un cielorraso de vergüenza
o miedo. Leo en la prensa el último de ellos, que concierne a un famoso actor
de Hollywood, y tanto revuelo ha causado que incluso trasciende la noticia de
que, a consecuencia de ello, se cancela el rodaje de una importante serie que
protagonizaba.
En la vida privada hay muchísimo acoso, especialmente sexual.
Pregunte usted a una cualquiera de sus compañeras de trabajo, especialmente si
es bonita: descubrirá lo amargo que es descubrir que los hombres parecemos
acosadores sexuales por naturaleza. El impulso del Tanathos freudiano es
poderoso entre los especímenes de nuestro sexo. Pero no se trata del único tipo
de acoso que se puede sufrir, desde luego, pese a su rimbombancia. Internet
está repleto de zumbados que no tienen mayor beneficio que acosar a diestro y
siniestro, y sin necesitar de una posición de poder sobre la víctima, solo
desde la supuesta moralidad contagiosa en la que también se enfangan los casos
que aparecen en la prensa.
Cuando uno lee estas noticias, los sustantivos que más
aparecen en las reseñas son: miedo, vergüenza, soledad, fragilidad… pocas veces
la afectividad entre acusado y acusador: tan solo el empeño del primero en
beneficiarse sexualmente del segundo a cambio de promesas (o amenazas) sobre
mejorar o no profesionalmente. Somos muchos los que nos preguntamos si el miedo
es causa suficiente para acceder a los propósitos del otro. Parece más sensato
denunciar y romper de una vez por todas con la escalada de acosos (porque no
solo hay una víctima). Más sensato y más efectivo. Declarar a la prensa, años
más tarde, que te han acosado o te has visto sometido a la depravación
industrial establecida por los más poderosos, puede resultar moralizante, pero
también exhibe su punto no sé si de cobardía o de cierto oportunismo moral de
tintes hipócritas.
Cuando uno tiene principios, no espera a los finales para
hablar o acusar o mostrar el dolor e indignación. Solo en ocasiones los
principios pueden verse mancillados por un contexto de terror entremezclado de
dominación (que se lo pregunten a las mujeres sometidas por maltratadores en
aras del amor). Pero en las relaciones profesionales uno se vuelve cómplice
cuando intenta hacer confluir el futuro con el pasado. A medias tintas nada
funciona. Si uno calló entonces, lo que ha de hacer es permanecer en el mismo
silencio oportunista.