viernes, 3 de noviembre de 2017

Acosa, que algo queda

Tiene miga este asunto de los escándalos sexuales que emergen, años después, como esporas hibernadas bajo un cielorraso de vergüenza o miedo. Leo en la prensa el último de ellos, que concierne a un famoso actor de Hollywood, y tanto revuelo ha causado que incluso trasciende la noticia de que, a consecuencia de ello, se cancela el rodaje de una importante serie que protagonizaba.
En la vida privada hay muchísimo acoso, especialmente sexual. Pregunte usted a una cualquiera de sus compañeras de trabajo, especialmente si es bonita: descubrirá lo amargo que es descubrir que los hombres parecemos acosadores sexuales por naturaleza. El impulso del Tanathos freudiano es poderoso entre los especímenes de nuestro sexo. Pero no se trata del único tipo de acoso que se puede sufrir, desde luego, pese a su rimbombancia. Internet está repleto de zumbados que no tienen mayor beneficio que acosar a diestro y siniestro, y sin necesitar de una posición de poder sobre la víctima, solo desde la supuesta moralidad contagiosa en la que también se enfangan los casos que aparecen en la prensa.
Cuando uno lee estas noticias, los sustantivos que más aparecen en las reseñas son: miedo, vergüenza, soledad, fragilidad… pocas veces la afectividad entre acusado y acusador: tan solo el empeño del primero en beneficiarse sexualmente del segundo a cambio de promesas (o amenazas) sobre mejorar o no profesionalmente. Somos muchos los que nos preguntamos si el miedo es causa suficiente para acceder a los propósitos del otro. Parece más sensato denunciar y romper de una vez por todas con la escalada de acosos (porque no solo hay una víctima). Más sensato y más efectivo. Declarar a la prensa, años más tarde, que te han acosado o te has visto sometido a la depravación industrial establecida por los más poderosos, puede resultar moralizante, pero también exhibe su punto no sé si de cobardía o de cierto oportunismo moral de tintes hipócritas.
Cuando uno tiene principios, no espera a los finales para hablar o acusar o mostrar el dolor e indignación. Solo en ocasiones los principios pueden verse mancillados por un contexto de terror entremezclado de dominación (que se lo pregunten a las mujeres sometidas por maltratadores en aras del amor). Pero en las relaciones profesionales uno se vuelve cómplice cuando intenta hacer confluir el futuro con el pasado. A medias tintas nada funciona. Si uno calló entonces, lo que ha de hacer es permanecer en el mismo silencio oportunista.