La titulé “Mujeres” y al releer sus palabras solo encuentro
almíbar y empalagosa corrección (no solo política) ineludible. Fue hace diez
años, que tal es el tiempo que llevo asomándome cada semana ante ustedes, mis
caros lectores: una década. Y casi sin darme cuenta…
Desde entonces he escrito (y algunas veces, incluso
hablado) de todo según se dictasen las ocurrencias de mi magín. Lo mismo de un
grumete llamado Richard Parker, que del alarde de San Marcial (cuando no era
mixto), el “por qué no te callas”, el cambio climático en Marte, los dos pobres
niños quemados por su padre, lo de Afinsa y Fórum, la independencia de Escocia,
la del País Vasco también (no digamos ya la de Cataluña), las negociaciones
escarniosas de Varoufakis, la crisis (cientos de miles de veces), Zapatero
(también Rajoy), las películas de dibujos animados, el populismo a la argentina
o aquello tan reciente del eurodiputado sexista.
Me siento leído, aunque no sea abundante el caudal de
lectores que se asoman a esta columna cada viernes. Pero es mucho, como un
pequeño capitalito con el que ir tirando y disfrutar de una regalada holganza
opinadora. En algunos casos, me siento incluso cuestionado: como cuando critico
el fútbol y los forofos, o la televisión y a sus espectadores, los
nacionalismos de no importa dónde, o los políticos -lugar común-, o los moteros
(siendo yo mismo uno de ellos, menuda la que se montó -entonces mis columnas se
podían leer gratuitamente en la web de DV), no digamos cuando dije aquello de
que Jesucristo nunca existió… Pero, qué puedo decirles: esas, las polémicas,
son acaso las columnas más divertidas de escribir y de leer. Pero no las más
reveladoras.
Guardo en la memoria una, la que escribí justo cuatro meses
después de mi salida (espantada, que diría el otro) del museo de Miramón, por
no faltar a un acuerdo, en la que, sin sutilidad, solo la justa, insulté a la
jefa que dejó de serlo. Lo haría de nuevo, pero ya no levantaría ampollas en la
trasera de Plaza Gipuzkoa. Arrieritos somos, que dice el otro.
Total, que diez años, uno tras otro, han ido pasando, y espero que otros tantos queden por venir, señal inequívoca de que nos seguiremos
encontrando, con menos pelo o más blanco (mi madre me lo espeta para decirme lo
viejo que estoy ya). Seguramente en una década acabe entendiendo, por fin, por
qué me gusta tanto el País Vasco, Gipuzkoa, Donosti, y Miramón. Zoriontsu
hamargarren urtebetetzea (lo que me cuesta es pronunciarlo).