Se llama Nadia. Probablemente ustedes ya lo sabían, pero
yo no. Esta mañana lo comentaba con un colega, periodista sin periódico,
tomando café. “Se trata de un culebrón televisivo de esos que enganchan al
personal por la sencillez de su planteamiento y el tono trágico de su
desarrollo”, me dijo. “Pero, qué ha pasado”, le pregunto, porque su respuesta me
deja igual que estaba, es decir, ignorante. “No quieras saberlo, es territorio
casposo”, sentencia. Fue ahí cuando decidí empezar a leer algo al respecto.
Y sí, todo muy casposo, hortera, muy cutre. Una niña con
una enfermedad de esas extrañísimas (las enfermedades raras son las únicas que
aparecen en los telediarios, como las epidemias). Un padre empeñado en hacer
“crowdfunding” para encontrar una cura bajo alguna piedra de algún hospital de
vaya usted a saber qué lugar del mundo. Pesquisas que delatan la estafa: ese
hombre incluso ha declarado que mantuvo a su hija bajo racimos de bombas en
alguna cueva de Afganistán (buen lugar para encontrar curanderos, desde luego).
Y a partir de ahí, la vergüenza. Las televisiones, que primero hicieron buen negocio
con ello, han acabado enarbolando el dedo acusador y dejándolo bien extendido,
pues esto de empezar la guerra en un bando y acabar en el otro no parece
oprobio para nadie, menos aún para los medios. En fin, una pena.
Por medio han resonado nombres propios de gravedad
pesante como son la Nasa, los premios Nobel, Houston y unos cuantos más,
tantos que, de leerlos, producen mucha risa, pues en esto se involucraron todos
los que pudieron: cantantes, periodistas, famosos y también todo el personal:
ahí hubo mucho, mucho Facebook y mucho Twitter y mucha carnaza: ¿cómo puede uno
ser tan cruel de no mostrar sensibilidad ante la muerte de una pobre niña que
padece una terrible enfermedad de nombre impronunciable? “Tira de cartera. Haz
la buena obra del día”. Bendito mundo correcto y pamplinero, envuelto en
simplezas y bobadas ensangrentadas: qué bien os engañan todos.
Yo peco de no enterarme de las cosas (me gusta esta
ignorancia, cada vez más), pero si usted se vio tentado a rascarse el
bolsillo, o directamente se lo rascó, debería plantearse dejar de ver la
teletonta no vaya a olvidarse de esto que ha pasado y vuelva a caer con el
próximo clamor de los medios. El problema no es ayudar (merece alabanza), el problema
es haber perdido la capacidad crítica. Hágaselo mirar, ¿quiere? Y espero que
Nadia sea feliz por mucho tiempo.