Una viñeta me anuncia el peliagudo tema que quiero
abordar hoy porque, como ustedes saben, a mí las vicisitudes del balompié me la
traen al pairo, que se dice vulgarmente, y no sería la primera ni la
decimonovena vez que recibo vituperios por mis opiniones vertidas acerca del
deporte rey. Por eso, lejos de aproximarme a los campos de juego, voy a
acercarme a lo que pasa fuera de ellos, más concretamente de las conexiones
(vergonzantes) entre el fútbol y el fisco.
Miren. Las gentes hacen piña ante los juzgados para
lanzar execraciones e insultos a los políticos que entienden que la cosa
pública se encuentra a su servicio: “son todos unos ladrones” es la frase más
concurrente del griterío patrio apostado ante las puertas de los tribunales.
Sin embargo, cuando se trata de los fraudes fiscales de los astros del fútbol,
la reconvención del aficionado desaparece y es transformada en aplauso y
exhortación. Diríase que estos que dan patadas a millón de euros el balón, no
obran como aquellos, estos no roban, solo son víctimas propiciatorias de un
sistema fiscal que, como nos sangra a todos por los costados, ellos, ay
míseros, ay, infelices, ellos que pueden, hacen cuanto está en sus manos (y en
la de sus clubes y representantes) por subvertir tan inicuo sistema y, cuando
son atrapados con las manos en la guita (y mucho es el parné que manejan,
cualquiera diría que excesivo), el calificativo que merecen no es el de
ladrones, sino el de damnificado.
Tócate los… que diría el otro. Tanto deporte rey, tanto
espectáculo, tanta pamplina y tanto acudir a los hospitales infantiles a
mostrar conmiseración por los niños enfermos, y luego resulta que fuera del
campo de juego son mercachifles sin más objetivo que ocultar su hallazgo de la
piedra filosofal, esto es, la capacidad de convertir el bruto en neto. Delito
de lo más ominoso, por cierto, y seguramente no solo suyo, propio también de
quienes, de golpe y porrazo, dejan de preocuparse por el presente y el futuro.
En fin. Héteme aquí en medio de un acueducto y con ataque
de cuernos, que diría el cuñado del otro ya mencionado. Ahora díganme que
exagero, como siempre, que casi todos son honrados y pagan sus impuestos, cosa
que a buen seguro es cierta, pero aplíquese aquello del ciego y Lazarillo y las
uvas, y así como entre los políticos nadie denuncia al colega de partido, que
siempre han de venir de fuera quienes los sonrojen, también en los campos de
fútbol todos callan. O aplauden.