Adventus Redemptoris. Ya apenas significan nada estas
palabras en latín. Lo del Adviento todo lo más recuerda a calendarios con
cajitas donde se esconden chuches y regalos. Y convencido estoy, salvo que
usted sea de pujante catolicismo dogmático, que la venida del redentor y otras amenidades
religiosas le quedan a usted muy lejos, cuando no en las figuritas del Belén.
Por cierto, ¿hay alguien que aún coloque la corona y las cuatro velas?
La historia cuenta que, en tiempos protocristianos, el Adviento
obligaba al creyente a tres semanas de prácticas penitenciales, posteriormente convertidas
en una suerte de cuaresma, la de San Martín. Gregorio Magno, el Papa que
construyó el purgatorio y también el célebre canto homónimo, finalmente dejó en
cuatro las semanas de espera (aunque en el rito ambrosiano siguen siendo seis).
De ese punto llegamos al actual, en el que ha desaparecido todo rastro de
escatología (la modernidad no cree en realidades últimas) y el Adviento parece entresacado
de una tienda de antigüedades.
No seré yo quien predique ejemplaridad cristiana para este
ínterin que ha precedido a la Navidad. Saben que no vivo con tales conceptos,
aunque me parezcan sumamente interesantes. Pienso que, como en tantas otras
cuestiones, la destitución de lo espiritual no tendría que haber franqueado el
paso a un dispendio irracional de sinsentidos. Tantas luces y tantos anuncios y
tanto mercantilismo… ¿cómo van a ser minoría quienes se pregunten, año tras
año, la razón de tamaña banalidad? Y no me refiero al amigo o familiar que, pertinaz
e incansable al desasosiego, con los primeros villancicos espeta lo de “Navidad
tendría que ser todo el año”. Pero si hasta los cristianos de pro viven
heréticamente estas fiestas…
A mí me apena mucho que pase la Navidad. No puedo evitarlo.
Se trata de los pocos momentos que me devuelven a la niñez y al calor de una
familia que, lentamente, ha ido abandonándome. Por eso en mi Adviento algo ha
ido creciendo dentro hasta convertirse en una absorción inquietante, en remembranzas
de tradiciones pretéritas y espiritualidades apostatadas que, por algún motivo,
a ratos me parecen lo único correcto.
Las hojas ya están caídas. Hay nieve en los escaparates que
no miro. Algo se anuncia. No sé bien qué es. Tal vez cosas de niños. Yo lo he
olvidado. Allá suena un trineo con renos. Mi memoria se aleja hasta una familia
cantando alrededor del lar en casa de mi abuela... Feliz Nochebuena. Feliz
Navidad.