jueves, 22 de diciembre de 2016

Tiempo de adviento

Adventus Redemptoris. Ya apenas significan nada estas palabras en latín. Lo del Adviento todo lo más recuerda a calendarios con cajitas donde se esconden chuches y regalos. Y convencido estoy, salvo que usted sea de pujante catolicismo dogmático, que la venida del redentor y otras amenidades religiosas le quedan a usted muy lejos, cuando no en las figuritas del Belén. Por cierto, ¿hay alguien que aún coloque la corona y las cuatro velas?
La historia cuenta que, en tiempos protocristianos, el Adviento obligaba al creyente a tres semanas de prácticas penitenciales, posteriormente convertidas en una suerte de cuaresma, la de San Martín. Gregorio Magno, el Papa que construyó el purgatorio y también el célebre canto homónimo, finalmente dejó en cuatro las semanas de espera (aunque en el rito ambrosiano siguen siendo seis). De ese punto llegamos al actual, en el que ha desaparecido todo rastro de escatología (la modernidad no cree en realidades últimas) y el Adviento parece entresacado de una tienda de antigüedades.
No seré yo quien predique ejemplaridad cristiana para este ínterin que ha precedido a la Navidad. Saben que no vivo con tales conceptos, aunque me parezcan sumamente interesantes. Pienso que, como en tantas otras cuestiones, la destitución de lo espiritual no tendría que haber franqueado el paso a un dispendio irracional de sinsentidos. Tantas luces y tantos anuncios y tanto mercantilismo… ¿cómo van a ser minoría quienes se pregunten, año tras año, la razón de tamaña banalidad? Y no me refiero al amigo o familiar que, pertinaz e incansable al desasosiego, con los primeros villancicos espeta lo de “Navidad tendría que ser todo el año”. Pero si hasta los cristianos de pro viven heréticamente estas fiestas…
A mí me apena mucho que pase la Navidad. No puedo evitarlo. Se trata de los pocos momentos que me devuelven a la niñez y al calor de una familia que, lentamente, ha ido abandonándome. Por eso en mi Adviento algo ha ido creciendo dentro hasta convertirse en una absorción inquietante, en remembranzas de tradiciones pretéritas y espiritualidades apostatadas que, por algún motivo, a ratos me parecen lo único correcto.
Las hojas ya están caídas. Hay nieve en los escaparates que no miro. Algo se anuncia. No sé bien qué es. Tal vez cosas de niños. Yo lo he olvidado. Allá suena un trineo con renos. Mi memoria se aleja hasta una familia cantando alrededor del lar en casa de mi abuela... Feliz Nochebuena. Feliz Navidad.