viernes, 2 de septiembre de 2016

Mujeres tapadas

“Y di a las creyentes (mujeres) que bajen la mirada y guarden recato; que no deben mostrar su belleza y adornos (…); que deben echar el velo sobre sus pechos y no mostrar su belleza, excepto a su marido, sus padres, padres de su marido, sus hijos, hijos de sus maridos, sus hermanos o hijos de sus hermanos, o los hijos de sus hermanas, o sus mujeres”

El Corán pide a hombres y mujeres que vistan con modestia. En los años 70, las musulmanas de los países hoy fundamentalistas podían estudiar carreras universitarias, vestir falda y llevar el cabello al aire. Cuando advino el extremismo, la mujer fue degradada y humillada, y sus sociedades revertidas a épocas medievales. Me absorta esta interpretación de la práctica de la modestia: solo afecta a la mitad de la especie humana y desde épocas recientes, porque ninguna abuela musulmana de estos hombres modestos por naturaleza fue obligada a enfundarse un traje ultramontano para poder ir a la playa o pasear por la calle.

Pese a ello, aquí en Europa hay quien defiende el burka o el burkini, signos inequívocos de desigualdad y opresión, como derecho a ejercer la mujer su libertad multicultural, dicen. Victoria rotunda del fanatismo al haber logrado, mediante estos inesperados aliados en Occidente, alzar su opresión sexual a la categoría de libertad. La tolerancia del multiculturalismo es tan conspicua que no duda en someter las normas de convivencia al dictado de cualquier repugnante precepto religioso. Cualquier cosa menos librar la incómoda batalla contra la impostura y la mendacidad. Relativismo en estado puro. Mediocridad intelectual sin ambages. El problema es que, además, este debate exacerba las tesis de la ultraderecha, interesada en hacer creer que el mundo musulmán es el de los burkas, y así proclamar que tan sustanciales diferencias entre ambas civilizaciones se solucionan únicamente con la segregación. En esto coincide con el fundamentalismo islámico, ya ven.

Asumir que no hay posibilidad alguna de diversidad cultural en el mundo musulmán (que lo hay o hubo) y erigir como libertad un símbolo de esclavitud, menosprecia las voces alzadas por tantas mujeres contra el fanatismo wahabí. Porque, aunque no se sepa, hay mujeres árabes que llevan muchos años creyendo en la igualdad sin adjetivos teológicos y luchando contra esta ideología. Para ellas, ver que en Europa defendemos ese burkini del que tanto les ha costado librarse es otra manera decepcionante de traición.