viernes, 8 de enero de 2016

Fronteras estrechas

Hace días un ciudadano canario me explicaba que, en la península, muchos españoles todavía piensan que los habitantes de las más afortunadas islas son moros. Guanches, querría decir, le repliqué. No, moros, repuso sin un ápice de duda mi interlocutor. No supe distinguir posteriormente si le indignaba más aquella manifestación evidente de lo que en mi anterior columna denominaba incultura general o la xenofobia manifiesta o las razones que de una u otra se desprenden para considerar a las Canarias un país distinto y distante. Total, si en la piel de toro hemos llegado a convencernos de que las diversidades culturales son un excelente motivo para emanciparse políticamente de la patria materna, cómo no lo va a ser pertenecer a un pueblo a medio camino entre el África y Cuba. 

Igualmentee, y casi hace los mismos días en que transcurrió la conversación anterior, un ciudadano que habita en Euskadi se lamentaba de que yo emplease con cierta frecuencia la expresión "tierras vascongadas" para denominar los parajes de acá, incluyendo todo lo que se extiende una vez que se cruza Pancorbo, por más que a algunos los paisajes alaveses sean una versión evolucionada de Castilla la Vieja. Obviamente sonreí. Le hice ver que incluso en euskara algunas expresiones foráneas han sido diligentemente vasconizadas y que tal cosa, lejos de representar una afrenta intolerable, es una muestra de normalidad mental, cuando no de limpieza orgánica. 

Qué rollo resulta convertir la plurinacionalidad en un elemento de batalla perpetuo. Qué poco interesante es decidir quién es más distinto y quién tiene el parlamento más grande. La conversión de la cultura autóctona en algo estatal conlleva, bien demostrado queda, a los más abstrusos monstruos de la imaginación que idearse pudiera: oficialidad, separatismo, egolatría regional, xenofobia, incluso psicopatía social. Y no me malinterpreten: no censuro el nacionalismo ni el independentismo (al menos hoy no), sólo las herramientas que alguna vez se esgrimen para justificar una cortedad de miras igualmente adolecida en amplios sectores del centralismo vigente. 

Cuando has vivido amplios periodos de tiempo en otros países y continentes adviertes que ciertas creaciones humanas, ccomo los estados, son de una utilidad práctica irremediablemente negativa. Zafarse de su benignidad exige amplitud de horizontes y un mucho de idealismo. Lo lamentable es que el idealismo que se ha realizado hoy en día sea el más costreñidor e injusto.