Desde los episodios de Guadalajara, cuando un Ministro
del Interior y un alto cargo suyo fueron enviados a prisión, condenados
firmemente, rodeados de la simpatía, el afecto y el apoyo de los suyos, yo no
había vuelto a ver semejante despliegue de cariños ante la acción de la
justicia. ¡De la injusticia!, gritarán algunos. En este bendito país, como
decía el otro hace unos días, por robar una bicicleta le pueden a usted
arruinar la vida, pero por llevarse por delante las leyes del Estado puede que
incluso le erijan un monumento.
Artur Mas quiere ir a la cárcel. Es lo que colijo del espectáculo
que están montando en Barcelona. Don Arturo no quiere pasar inadvertido por la
Historia: ésta ha demostrado en numerosas ocasiones que no se puede ser
libertador sin haber pasado por presidio. Uno ha de forjar su destino bajo el
látigo enemigo, con grilletes ensangrentados, con los huesos corroídos por la
putrefacta humedad de la trena. Poco importa que el resto sea mediocre, cuando
no risión vergonzante porque no tiene otro nombre la sucesión de desatinos: pasar
de 62 a 50 diputados tras convocar unas elecciones innecesarias; abrazarse con
los republicanos (que están haciendo su agosto, agazapados a la espera de la
carnaza en que se ha de convertir don Arturo); destrozar la coalición al frente
de la cual había sido elegido; y por último, ocultar sus innumerables errores
tomando la tangente de la independencia, y no de un modo inteligente y político
sino tal cual se saborea en la calle, que es quien manda ahora mismo en
Cataluña, con su proliferación de insensateces y discriminaciones.
Cual plena
galerna, la política catalana está sembrada de barcos zozobrantes, cuando no
hundidos. Qué lástima ver que una de las regiones más ricas de España de
repente avente el absurdo aroma de la revolución de los antisistema. Por si
fuera poco, el espectáculo se completa con el circo instalado frente a las puertas
por donde entran a trabajar las togas del Tribunal Supremo catalán. Por
supuesto, todo espontáneo y en defensa de la democracia. Porque democracia es
siempre lo que dicen quienes más alto berrean. Y el resto a callar, a menos que
se viva la palpitante realidad enloquecida del pueblo elegido.
Don Arturo acabará pasando unos días o unos meses a
la sombra. Y cuando salga, quizá se encuentre que la solución a sus males se
encuentra en la nueva aritmética parlamentaria del Congreso de un país al que
odia porque no le queda otro remedio…