viernes, 23 de octubre de 2015

¡Todos a la cárcel!

Desde los episodios de Guadalajara, cuando un Ministro del Interior y un alto cargo suyo fueron enviados a prisión, condenados firmemente, rodeados de la simpatía, el afecto y el apoyo de los suyos, yo no había vuelto a ver semejante despliegue de cariños ante la acción de la justicia. ¡De la injusticia!, gritarán algunos. En este bendito país, como decía el otro hace unos días, por robar una bicicleta le pueden a usted arruinar la vida, pero por llevarse por delante las leyes del Estado puede que incluso le erijan un monumento.
Artur Mas quiere ir a la cárcel. Es lo que colijo del espectáculo que están montando en Barcelona. Don Arturo no quiere pasar inadvertido por la Historia: ésta ha demostrado en numerosas ocasiones que no se puede ser libertador sin haber pasado por presidio. Uno ha de forjar su destino bajo el látigo enemigo, con grilletes ensangrentados, con los huesos corroídos por la putrefacta humedad de la trena. Poco importa que el resto sea mediocre, cuando no risión vergonzante porque no tiene otro nombre la sucesión de desatinos: pasar de 62 a 50 diputados tras convocar unas elecciones innecesarias; abrazarse con los republicanos (que están haciendo su agosto, agazapados a la espera de la carnaza en que se ha de convertir don Arturo); destrozar la coalición al frente de la cual había sido elegido; y por último, ocultar sus innumerables errores tomando la tangente de la independencia, y no de un modo inteligente y político sino tal cual se saborea en la calle, que es quien manda ahora mismo en Cataluña, con su proliferación de insensateces y discriminaciones. 
Cual plena galerna, la política catalana está sembrada de barcos zozobrantes, cuando no hundidos. Qué lástima ver que una de las regiones más ricas de España de repente avente el absurdo aroma de la revolución de los antisistema. Por si fuera poco, el espectáculo se completa con el circo instalado frente a las puertas por donde entran a trabajar las togas del Tribunal Supremo catalán. Por supuesto, todo espontáneo y en defensa de la democracia. Porque democracia es siempre lo que dicen quienes más alto berrean. Y el resto a callar, a menos que se viva la palpitante realidad enloquecida del pueblo elegido.
Don  Arturo acabará pasando unos días o unos meses a la sombra. Y cuando salga, quizá se encuentre que la solución a sus males se encuentra en la nueva aritmética parlamentaria del Congreso de un país al que odia porque no le queda otro remedio…