sábado, 10 de octubre de 2015

A vueltas con la urbanidad

Me reprocha una lectora que, hace unas semanas, mencionase el ejemplo de unas niñas rumanas lenguaraces, desvergonzadas, maleducadas sin duda alguna, que se encararon conmigo (y con no poca soltura y desparpajo, justo es reconocerlo) por reprocharles que gritasen sin ninguna consideración por quienes allí, en aquella terraza, tratábamos de disfrutar de una cerveza (en mi caso, con un colega del trabajo). "¿Acaso los niños españoles no son igual de maleducados?", me pregunta. Y yo, que adivino sus tejemanejes para declararme xenófobo, no importa que no lo sea (pues no lo soy), replicar quiero a esta lectora, pues su crítica no es constructiva: solo intenta hendir una lanza en mi costado.

Y héteme aquí, el pasado viernes sin ir más lejos, acompañando al enano a su clase de natación, cuando, saliendo del polideportivo, y al punto de abrir la puerta de salida, un grupo de mozalbetes, todos incuestionablemente carpetovetónicos, sin miramiento alguno, nos atropella para entrar ellos primero, antes de que salgamos. Yo, que no me callo nada, lo reprocho en voz alta (de un tiempo a esta parte no dejo de censurar comportamientos ajenos). Y uno de ellos, el unico que no me miró avergonzado, sintiéndose protegido en el centro del grupo, me responde insolente. Créanme si les digo que a punto estuve de soltarle un guantazo, y si no lo hice fue porque en ese fugaz instante pensé que el guantazo debía dirigirlo a sus padres. No me he vuelto violento. Simplemente empiezo a estar harto.

Harto porque, en el colmo de esta desachatez casi univeralmente aceptada del "todo vale", parece que lo único que vale es ser desconsiderado e incapaz de manifestar respeto por norma alguna, las de urbanidad menos que ninguna otra. Harto porque no son los críos los maleducados, lo son también los padres en su inagotable egoísmo y afán de comodidad porque, lejos de inculcar ciertos valores a sus retoños, les permiten un libre albedrío rayano en lo repugnante (a eso le llaman ser colega: los padres-colegas es la manera original de desentenderse de una educación necesaria para los hijos porque, seamos francos, ellos siempre la despreciaron).

De esta falta de urbanidad derivan luego todas las inculturas que en el mundo coexisten. Porque, si no enseñas a tu hijo a ceder el asiento del autobús a un mayor, por creer que ambos tienen idéntico derecho, ¿cómo le vas a enseñar a leer cosa alguna diferente a los créditos del último juego de la playstation, si es más costoso?