viernes, 15 de agosto de 2014

Escribir para leer

A finales del mes pasado coincidí en el AVE a Barcelona con una lectora empedernida, quien, una vez acomodada en su asiento, abrió un Kindle y se embargó en la lectura sin apenas levantar la vista hacia los arbolitos durante todo el trayecto. Llegando a Sants, una compañera suya le formuló las consabidas preguntas sobre libros electrónicos: cuántos caben, etcétera. Ella repuso a cada inquisición de su amiga y aprovechando que el pasaje se agolpaba en el pasillo del vagón en espera de la apertura de puertas, dedicó unos cuantos elogios a su voraz pasión lectora. Por suerte para mí, que no me atrevía a entrevistarla, su amiga preguntó por el contenido de sus cincuenta lecturas anuales, y ella muy solícita respondió sin contemplaciones cuánto le gustaban los best-sellers. Sólo en una ocasión nombró a un escritor por mí conocido, Vargas Llosa, lo restante eran escritores que gustan de misterios templarios, enigmas eclesiales, asesinatos complejos y entramados empresariales de turbias organizaciones clandestinas. No dudé ni por un instante de la cantidad de páginas por ella devoraba: pero ni una sola albergaba la literatura que yo aprecio.

Este curioso incidente me llevó a considerar en qué épocas de mi vida he leído más, aunque no tanto como esta lectora, me temo, y sobre todo con qué intención. Y la respuesta fue muy clara. Cuando estoy escribiendo (un libro de relatos, una novela, una narración en suma) es cuando más intensamente acudo a la literatura. Han de perdonarme los lectores de best-sellers, pero no incluyo estas obras entre las necesarias para alimentar mi inquietud escritora. Los considero libros escritos, al igual que los manuales de autoayuda o los ensayos sobre extraterrestres, pero no libros de literatura. Yo, cuando abro una novela, exijo que la inteligencia del escritor sea magna en argumentaciones, generosidad en la caracterización de personajes, distancia ecuánime entre el autor y los hechos narrados. Esta razón es la que justifica que, cuando me entrego a la creación literaria, busque pistas y ayuda en quienes supieron resolver previamente estas cuestiones. Como justifica que la crítica social de Galdós o Azorín sigan vigentes un siglo después de haber sido formuladas, y tantas novelas modernas mueran a la semana siguiente de nacer.

Leer para escribir. Y escribir para volver a leer. Uno quisiera encontrar mayor cantidad de lecturas, si bien es tarde para rellenar los huecos intelectuales nunca cubiertos. Y seguiré sin acudir a las brillantes ediciones de libros para leer vendidos por millares e incluso millones, y que llenan tanto las horas de un viaje en tren como las estanterías de muchas viviendas.