viernes, 2 de mayo de 2014

Palabra de horda

Primero fue, si no recuerdo mal, de Guindos, el día que mandó a tomar por el culo a los periodistas que cubrían una de sus apariciones en Bruselas. Luego le llegó el turno a la Vicepresidenta, quien, respondiendo a esos mismos (o parecidos) periodistas, mentó algo tan equívoco como su vida puta (pues al parecer su situación siempre fue bastante acomodada) para referir la indignación de que la designen receptora de sobres poco albos. En el fondo, nuestros políticos son mucho más callejeros de lo que quisieran y mucho menos intelectuales de lo que presumen.

Pero, ¿de qué nos espantamos? Un paseo rápido por Facebook, o similares, permite descubrir que el mundo se encuentra latente de rabia, de odio visceral, y que el medio más común empleado para expresar tan inopinada ira no es otro que el insulto y las palabrostias. En Internet, ese lugar que, por su síntesis y formato, habría de propiciar lo que Jürgen Habermas consideraba una situación ideal de habla (intercambio de ideas, confrontación racional, argumentación fundada), los mecanismos más seguidos a la hora de debatir no son otros que los característicos de las hordas: llegar, arrasar y alejarse (como los hunos, a quienes les iba fenomenal hasta que les dio por atender embajadas ajenas). Tras el linchamiento, no vuelve a aparecer ni una brizna de hierba ni de pensamiento (y maldita la gana de que crezca). Son tantos en las hordas, y actúan tan al unísono, que apabullan sin remisión con sus bien orquestadas imprecaciones.

Y no solo sucede en lo político, asunto hacia el que parece aceptable cierta tolerancia: al fin y al cabo las cosas se jodieron demasiado hace cinco años y aún queda un tiempo indeterminado para que millones de ciudadanos dejen de pasarlas putas en este país. No: las hordas actúan en cualquier territorio de la vida: cuando no son las golpizas a Rajoy (por una cualquiera de sus manifestaciones, atribuible o putativa, todo vale), son las argumentaciones ad hominem vertidas hacia el pobre infeliz que osa criticar (positivamente) a un escritor, cantante o cineasta por quien las hordas se sienten eucarísticos.

El Ministro y la Vicepresidenta se disfrazan de horda cuando, creyéndose liberados de ataduras públicas, eligen expresiones soeces para ser mejor entendidos, sin reparar en que un culo o una puta, dispuestos de esa guisa, lejos de aportar clarividencia a lo que en ese momento dicen, lo que hace es arrojar luz sobre lo que justo no desean exhibir.