Hay libros que no merece la pena leer (aunque para advertir esta conclusión uno haya debido leerlos primero). Lo digo así de tajante. Casi me atrevería a decir que a nadie debería merecer la pena escribirlos, pero esta afirmación, tan subjetiva, es refutable porque de intereses diversos se encuentra colmada la humanidad. Y no me estoy refiriendo con ello a ciertas muestras de mucho éxito en la literatura actual, que podrán parecernos mejores o peores de acuerdo a la mente lectora que acuda a su encuentro (allá se las compongan luego autor y lector según su ingenio). Me refiero a unos cuantos engendros cuyo choque intelectual solo puede resolverse con una risotada de proporciones colosales.
En tiempos pretéritos estaría hablando de Von Däniken o de cualquier otro voceador de la implantación alienígena en nuestro planeta. Pero en estos tiempos actuales la cuestión es de mucho más empaque y afecta a un amplio panorama de letras impresas: desde los cientos (miles) de libros de autoayuda que puede hallarse colmando las estanterías de El Corte Inglés, a lo pergeñado por Belén Esteban o Risto Mejide en beneficio de sus exclusivos bolsillos. La cosa tendría un pase si se quedase ahí. Lo sangrante es ver cómo arrumban algunas apariciones espantosas e indignantes con forma (y fondo) de libros de texto (bien modernos son) que por sí solos hablan de cuán bajo venimos cayendo y lo poco que aún se avista el fondo al que vamos a estrellarnos sin remisión.
Basta aproximarse al debate sobre la sucesión dinástica de Ramiro II y Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, para entender de qué estoy hablando (por no mencionar aquí otras recurrencias muy del gusto de quienes beben del independentismo moderno). O al irrisorio catálogo de autores en lengua castellana que se enseña (y supuestamente han de leerse) en el bachillerato. Y no digamos ya de la literatura universal, donde apenas aparece Shakespeare. Todos estos libros tienen como característica común la de ser textos donde falta mucho, pero sobra aún más: donde lo importante ha sido detenerse en cuestiones irrelevantes y olvidar lo esencial.
Obviando los manuales de psicología casposa y los panfletos para el cuarto de baño, uno puede encontrar aún textos (quizá no tan modernos) donde realmente iluminar el propio entendimiento con cierto sentido crítico y sabiduría. Pero hay que buscar. Hay que ser exigente. Y hay que querer aprender (algo más que a descargar gratis películas).
En tiempos pretéritos estaría hablando de Von Däniken o de cualquier otro voceador de la implantación alienígena en nuestro planeta. Pero en estos tiempos actuales la cuestión es de mucho más empaque y afecta a un amplio panorama de letras impresas: desde los cientos (miles) de libros de autoayuda que puede hallarse colmando las estanterías de El Corte Inglés, a lo pergeñado por Belén Esteban o Risto Mejide en beneficio de sus exclusivos bolsillos. La cosa tendría un pase si se quedase ahí. Lo sangrante es ver cómo arrumban algunas apariciones espantosas e indignantes con forma (y fondo) de libros de texto (bien modernos son) que por sí solos hablan de cuán bajo venimos cayendo y lo poco que aún se avista el fondo al que vamos a estrellarnos sin remisión.
Basta aproximarse al debate sobre la sucesión dinástica de Ramiro II y Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, para entender de qué estoy hablando (por no mencionar aquí otras recurrencias muy del gusto de quienes beben del independentismo moderno). O al irrisorio catálogo de autores en lengua castellana que se enseña (y supuestamente han de leerse) en el bachillerato. Y no digamos ya de la literatura universal, donde apenas aparece Shakespeare. Todos estos libros tienen como característica común la de ser textos donde falta mucho, pero sobra aún más: donde lo importante ha sido detenerse en cuestiones irrelevantes y olvidar lo esencial.
Obviando los manuales de psicología casposa y los panfletos para el cuarto de baño, uno puede encontrar aún textos (quizá no tan modernos) donde realmente iluminar el propio entendimiento con cierto sentido crítico y sabiduría. Pero hay que buscar. Hay que ser exigente. Y hay que querer aprender (algo más que a descargar gratis películas).