viernes, 1 de noviembre de 2013

Reformar el desastre

Me increpa un lector por hacer yo leña, en su opinión, con la situación de nuestro país y calificarla como desastre sin aportar datos o valoraciones cuantificadas. Supongo que del hastío general surgen contrapuntos: estamos tan cansados de esta derrota continua que necesitamos creer que las cosas están mucho mejor de lo que nos cuentan. Por desgracia, hoy no concederé espacio alguno para las esperanzas infundadas. De ellas ya se encargan (y muy mal, por cierto) nuestros prebostes del Gobierno.

Y sí, son infundadas las esperanzas. Porque un trabajador en España cobra mensualmente entre 200 y 500 euros menos de salario que un trabajador de la Europa a la que nos parecemos. Porque, de acuerdo al INE, en renta estamos más cerca de Chipre que de Francia. Porque en el ranking de países que abrasan a sus ciudadanos a impuestos, ocupamos el quinto puesto (sexto, si nos referimos a empresas), pero en recaudación somos la última de las grandes economías. Porque es vergonzoso que hayamos aumentado el déficit en 40.000 millones de euros para rescatar cajas de ahorros y que nunca haya dinero para paliar la pobreza. Porque es un suicidio que cumplamos con las exigencias de la troika (palabro que remite a la época del Gulag) cebándonos en la inversión, la I+D, el gasto social (todo lo que tira hacia arriba del país) sin sacar adelante ni una sola reforma que redimensione la administración, tan ineficiente como desmedida.  Porque la realidad es que la política, hoy por hoy, constituye el mayor fracaso vivido en treinta años.

¿No es España, por todo ello, un puro desastre?

Lo es. Como desastre es el Gobierno que gobierna. Como desastre es el Presidente que preside. Como desastre es la perpetuidad del contubernio cada vez más descarado del poder político con el poder económico. Como desastre es que me pregunten desde Perú si es cierto que aquí la gente busca algo para comer entre las basuras, imagen que recuerda a la Argentina del corralito, imposible de creer en Europa.

Todo, todo es un desastre. Del independentismo a la educación, pasando por la hacienda pública, el nivel industrial, los muchos Bárcenas, la casa del Rey y el voto de los ciudadanos. No me increpen, por tanto, con cuestiones de fácil respuesta. Háganlo porque les parezca yo despectivo, negativo o criticón. Pero la sociedad civil ha de hacerse oír cada vez más alto y claro, y a este objetivo pienso entregar con alguna frecuencia los 2.450 caracteres de esta columna.