viernes, 22 de noviembre de 2013

La Orgasmus

Llaman así a las becas Erasmus que el inefable Wert quiso desterrar de un plumazo por cuenta propia. Los gestores europeos las fundamentan en la movilidad, el intercambio, la cualificación y la transferencia. Lindos conceptos (si fueran ciertos). Pamplinas. Las becas Erasmus, de las que España es su principal consumidor (tanto por solicitantes como por estudiantes extranjeros recibidos), son la mayor banalidad educativa que se pueda concebir. Sirven para que cualquier universitario (con padres pudientes) se dé la gran vida durante un año en el extranjero a cambio de nada. Sin más. Ya era así en mi tiempo. Y lo seguirá siendo. Conviene advertir que no es una beca para pobres: su dotación es ridícula.

Las Erasmus no sirven de mucho. Son estética pura. Lo sabemos todos. Las becas europeas de verdad son otras, aunque para acceder a ellas hay que estudiar fuerte y tener un currículo capaz de competir con los mejores de cualquier país. Hay gente muy buena ahí fuera, igual que aquí dentro, por mucho que el resplandor de las juergas orgasmus impida vislumbrarlo, y es a esa gente brillante a quien deberíamos orientar nuestras miradas. Un universitario con un expediente obtenido a base de esfuerzo y muchas horas de estudio es un estudiante que ha entendido lo que vale disponer de una oportunidad única en la vida. Porque obtener un título a trancas y barrancas lo hace cualquiera. Pero lo otro, no. Yo nunca solicité la Erasmus, no quise: pero sí la prestigiosa Marie Curie de movilidad de personal investigador. Y la obtuve. Fue lo que abrió mi futuro.

Si los gestores europeos pidieran mi opinión, que no la piden, les diría que dedicasen el programa Erasmus a los estudiantes de mejor expediente y que cubriese todos los gastos que supone residir y estudiar un año en el extranjero. Ya saben de mi apuesta por la excelencia (teoría en retirada) frente a la universalización de la mediocridad (teoría vigente). Por decir tal cosa, una vez me llamaron fascista (fue un Erasmus quien lo dijo, precisamente), cosa que tampoco me quitó el sueño. No sé qué fue del insultador: la última vez que supe de él trataba de procurarse los favores de alguien para que le enchufase en una empresa. Porque se puede clamar al cielo por toda la extensa colección de derechos que uno cree merecer, pero al final la única convicción útil es asumir que vale la pena esforzarse más ahora y disfrutar luego de todo lo que le depara el futuro a los se lo han merecido...