viernes, 25 de octubre de 2013

La chica de Ipanema

Asisto en Sao Paulo a unas jornadas sobre acero galvanizado, eso que protege al hierro de la corrosión en este acuoso planeta y que resulta un estupendo tema para un congreso en muchos lugares del mundo. Brasil, por ejemplo: un país enorme, impresionante, repleto de contrastes y de magnificencia, donde se celebrará el Mundial de fútbol, las próximas Olimpiadas. Donde el clima es siempre bonancible y corre pródigo el dinero para infraestructuras e inversiones. Un país que llaman emergente, cuando en realidad lo que sucede es que los demás nos estamos sumergiendo.

En Sao Paulo he recorrido calles lamentables, aceras inexistentes y parques milagrosos. He visto edificios altísimos y me he apenado por quienes permanecen empequeñecidos, desconectados de toda esta fiebre del desarrollismo. En el congreso he escuchado a directores de infraestructuras admitir, sin vergüenza y con sinceridad, que han de prestar atención al modo en que se gasta el dinero público, a diferencia de tiempos anteriores. He visto cómo responsables políticos hablan al auditorio con una exposición sencilla, popular, veraz, nada pretenciosa, mostrando que sólo piensan en Brasil y para Brasil. En realidad, he tenido que venir aquí para entender por qué la política en España no sólo no me gusta, también me parece infecta.

Cuando lean esta columna de hoy, el congreso habrá concluido y yo me hallaré en Río de Janeiro, ciudad que esto visitando mientras escribo estas líneas. Río es una ciudad fastuosa, impresionante, magnífica, célebre por sus playas, su carnaval, su fútbol, sus mujeres y su benignidad. La entrada más inmediata de cualquier europeo en Brasil. Desde aquí continuaré pensando en cómo es la vida en este continente sudamericano, donde hay tanto por hacer y donde toda la ilusión pasa por soñar con un futuro siempre mejor que el pasado. Es decir, todo lo contrario que en nuestra España indignada, callada, conformista y atrozmente liderada por gentes sin sensibilidad alguna por su pueblo, un pueblo resignado a soñar con el pasado porque apenas ve nada en el futuro que le convenza. ¿Quién querría vivir en un país tal? Cuántas veces me formulo esta pregunta y cuántas veces me digo que estoy dejando de ser el ciudadano que fui debido al imparable avance de la insatisfacción y el hartazgo.

Casi mejor no pienso más en ello.  Ipanema no es lugar para la amargura. Miraré el grácil movimiento de las garotas que frente a mí pasan, inadvertidas de mi pesadumbre y tristeza, marca España sin duda.