viernes, 8 de noviembre de 2013

Sobremesa en Praga

Miércoles noche. Comparto sobremesa con un amigo italiano tras una suculenta experiencia culinaria en Praga. Llueve en la capital checa. La noche, fría, húmeda, y la abundante cerveza, invitan a charlar. El tema es un clásico ya: la crisis que nos asola como una peste mortífera. En esta ocasión yo guardo silencio. Mi amigo italiano, expresivo, empresario, que ha preferido mi compañía al partido de fútbol de su equipo, necesita desahogarse. Y me refiere instantáneas que podrían perfectamente ajustarse a las experiencias provenientes de cualquier parte de España.

Por ejemplo, no entiende, no acepta, las sangrantes deudas estatales que arrastran muchas empresas. La administración no paga, o paga muy tarde. Pese a esta evidencia, los acreedores están obligados a abonar religiosamente al deudor los tributos (elevados) exigidos por ese mismo deudor. Un disparate. Cuando el Estado no paga se enciende la mecha de un barril explosivo que provoca paro, quiebra, deudas, y todo en cadena, afectando a numerosas otras empresas.

Mi amigo tampoco entiende, ni acepta, que el Estado haya decidido no reducir drástica y críticamente su tamaño para orientar esos recursos a empujar, siquiera mínimamente, el país hacia arriba, aun infructuosamente: ¿Cómo si no justificar las brutales ayudas a la banca (muchos de ellos muertos ya, aunque coleen) y a la vez explicar el cerrojazo a la inversión, a la I+D y a servicios sociales básicos? ¿Dónde han quedado las supuestas beneficiosas consecuencias de tan tremendo apuntalamiento bancario? ¿Por qué no están percibiéndose por quienes sí pueden sacar al país de esta ruina (y no son la banca)?

Por último, mi amigo italiano no entiende, ni acepta, que a la peor crisis de la reciente historia europea estemos enfrentando el peor grupo de políticos que alguna vez haya pasado por los sillones del poder, acaso porque cómodamente hemos renunciado a la seriedad en favor de exacerbadas posturas ideológicas, siempre tan mediocres...

Reitero: no soy yo quien habla en la fría sobremesa. No respondo. Asiento. Coincido. Porque en puridad no puedo estar más de acuerdo. Incluso en una de las conclusiones más ásperas que expone mi amigo: que nada de lo que digamos, nada de lo que nos quejemos, va a resolver esta situación, tan atrozmente gestionada por nuestros ineptos políticos, tan brutal con el futuro de las personas, una situación que cada día depende más de nuestras esperanzas y menos de las antesalas del poder.