Es antidemocrático vivir bajo una burbuja económica. La euforia
crediticia, la financiación fácil de cualquier proyecto inmediatamente
calificado de viable, y la sensación de que todo es posible porque hay mucho
dinero en circulación, es lo más antidemocrático que existe. Democracia es
control, seriedad en el gasto, rigor en la inversión, uso del ahorro y del
esfuerzo personal o colectivo para el desarrollo armonioso de la sociedad. En
los últimos años nos hemos narcotizado con dinero fácil, dinero inexistente,
virtual, dinero inventado con inmediatez en los pasivos de los bancos, que
desaparece con idéntica volubilidad generando devastadoras consecuencias para nuestros
hijos.
Por eso es muy sano que la burbuja pinche. Aunque la
crisis ocasione dolor y desesperación. Aunque a los mandamanses se les
desencaje el rostro, porque no tienen dinero para nada y han de explicar qué ha
pasado. Aunque los bancos vean cómo se mantiene el valor de sus pasivos
mientras los activos se desploman. Aunque debamos soportar que los reguladores
(que permitieron la burbuja) se tornen salvadores de la patria (bomberos
pirómanos). Porque de este modo las empresas y los ciudadanos comenzamos a
ahorrar y a sufrir, lo que nos da derecho a exigir una pronta solución al
problema (somos capaces de asumir dificultades intensas, pero por poco tiempo).
Parece mentira que debamos descubrir así lo que es la
sostenibilidad: disponer de los servicios que podemos pagar sin pedir prestado
(el dinero de los mercados ha de emplearse en generar riqueza, no bienestar); obligar
a que los bancos vuelvan a ser intermediarios financieros y no desquiciados creadores
de dinero; pensar nuevamente en el verdadero sentido del estado, esa entidad que
gestionan los políticos únicamente en pos de su opulento culo cuatrianual, y que
parecen solamente divertirse agigantando la estructura (improductiva) de lo
público hasta la obesidad mórbida. Porque sostenible es, en definitiva, que todo
vuelva a suponer esfuerzo, y devolver la idea a nuestras mentes de que hemos de
salir a trabajar con el único propósito de ser los mejores, los más
competitivos, no los más ricos.
¿Saldremos de ésta? Claro que sí. A trancas y barrancas,
pero saldremos. Hoy no me siento pesimista. El estallido de la burbuja ha permitido
contemplarnos como drogadictos con adicción al dinero fácil. La rehabilitación,
como cualquier otra, será penosa, pero a la postre producirá sus benignas
consecuencias.