Bien jodida, claro. Con perdón. O casi sin perdón. Que de alguna manera debo
mostrar mi rabia. Porque estoy harto. Cada poro de mi piel rezuma hoy un
hartazgo considerable.
A quién no le espanta leer cómo un grupo de estúpidos adolescentes apalea
a una vecina de Medina del Campo. La noticia saltó ayer. La excelente narración
de Patricia
González en DV le pone a uno los pelos de punta. Violencia
social, violencia doméstica… Ya llevamos unas cuantas víctimas. Es violencia,
sin más. Esa peste irreductible, como parece que es.
Pero no pienso hablar de ello. No quiero opinar sobre una panda de
imbéciles que pegan a una mujer. No se trata de observar ese fenómeno como algo
aislado. Se trata de constatar, por enésima vez, que hay un estado generalizado
de decadencia entre nosotros. Y ayer simplemente comprobamos que ha corrompido también
a niños y adolescentes. Tienen nuestros hijos todo cuanto quieren. Una calidad
de vida inimaginable años atrás. Abundancia de medios para alcanzar una vida colmada
de conocimiento, entretenimiento y satisfacción. Y sin embargo, parece que nuestros
hijos carecen de lo esencial: valores éticos. O valores, sin más. Casi me
aventuro a prescindir de la ética…
¿Y nosotros? Aparte de mirar impertérritos, rascarnos la cabeza, alzar
los hombros y pensar en otra cosa, ¿qué hacemos? Somos responsables de todo
esto. Y no hacemos nada por paliarlo. Al contrario. Somos nosotros quienes
hemos desvalorizado todo lo esencial que ayuda al ser humano en su crecimiento
y desarrollo. Y lo primero, la familia.
Ya estableció la ONU en 1994 que el futuro pasa por fortalecer la
familia y atender sus necesidades. Entre ellas, el equilibrio entre el trabajo
y las responsabilidades familiares. O la reducción de la violencia doméstica. Pero
cada nueva ley que gestamos, cada nuevo paso que damos, no hace sino acentuar,
sin paliar, la descomposición familiar. Y con ella, la de la sociedad. No se trata,
pues, de leyes. Se trata de aprender la filosofía básica que necesitamos para
nuestra vividura. De nuestra perspectiva. De recomponer lo básico. Y lo
primero, la familia (de nuevo lo afirmo).
La perspectiva actual nos define como lo que somos, unos hipócritas.
Tanta sostenibilidad y medioambiente, tanta responsabilidad social y tanta
gaita. Al final no hacemos sino preservar esta vesania absurda y egoísta en que
hemos convertido el mundo moderno. Dígase sin tapujos: preferimos una calidad
tecnológica de vida a una calidad ética de vida. Por eso abrazamos todo lo
material, y desdeñamos todo cuanto nos parece trascendente.
Y así nos va. El planeta sucio y la sociedad en una crisis perpetua de
ceguera y autodestrucción. No sé usted. Pero yo, al menos, estoy muy harto.