jueves, 10 de enero de 2008

La familia bien, gracias


Bien jodida, claro. Con perdón. O casi sin perdón. Que de alguna manera debo mostrar mi rabia. Porque estoy harto. Cada poro de mi piel rezuma hoy un hartazgo considerable.

A quién no le espanta leer cómo un grupo de estúpidos adolescentes apalea a una vecina de Medina del Campo. La noticia saltó ayer. La excelente narración de Patricia González en DV le pone a uno los pelos de punta. Violencia social, violencia doméstica… Ya llevamos unas cuantas víctimas. Es violencia, sin más. Esa peste irreductible, como parece que es.

Pero no pienso hablar de ello. No quiero opinar sobre una panda de imbéciles que pegan a una mujer. No se trata de observar ese fenómeno como algo aislado. Se trata de constatar, por enésima vez, que hay un estado generalizado de decadencia entre nosotros. Y ayer simplemente comprobamos que ha corrompido también a niños y adolescentes. Tienen nuestros hijos todo cuanto quieren. Una calidad de vida inimaginable años atrás. Abundancia de medios para alcanzar una vida colmada de conocimiento, entretenimiento y satisfacción. Y sin embargo, parece que nuestros hijos carecen de lo esencial: valores éticos. O valores, sin más. Casi me aventuro a prescindir de la ética…

¿Y nosotros? Aparte de mirar impertérritos, rascarnos la cabeza, alzar los hombros y pensar en otra cosa, ¿qué hacemos? Somos responsables de todo esto. Y no hacemos nada por paliarlo. Al contrario. Somos nosotros quienes hemos desvalorizado todo lo esencial que ayuda al ser humano en su crecimiento y desarrollo. Y lo primero, la familia.

Ya estableció la ONU en 1994 que el futuro pasa por fortalecer la familia y atender sus necesidades. Entre ellas, el equilibrio entre el trabajo y las responsabilidades familiares. O la reducción de la violencia doméstica. Pero cada nueva ley que gestamos, cada nuevo paso que damos, no hace sino acentuar, sin paliar, la descomposición familiar. Y con ella, la de la sociedad. No se trata, pues, de leyes. Se trata de aprender la filosofía básica que necesitamos para nuestra vividura. De nuestra perspectiva. De recomponer lo básico. Y lo primero, la familia (de nuevo lo afirmo).

La perspectiva actual nos define como lo que somos, unos hipócritas. Tanta sostenibilidad y medioambiente, tanta responsabilidad social y tanta gaita. Al final no hacemos sino preservar esta vesania absurda y egoísta en que hemos convertido el mundo moderno. Dígase sin tapujos: preferimos una calidad tecnológica de vida a una calidad ética de vida. Por eso abrazamos todo lo material, y desdeñamos todo cuanto nos parece trascendente.

Y así nos va. El planeta sucio y la sociedad en una crisis perpetua de ceguera y autodestrucción. No sé usted. Pero yo, al menos, estoy muy harto.